La muerte de Benedicto XVI, un gran combatiente frente al relativismo moral, confirma su agudeza y anticipación ante una corriente que impregna las sociedades occidentales confundiendo la libertad de elegir, con tolerar cualquier procesamiento de la razón. La moda del relativismo alimenta la creencia de que no hay verdades, ni valores objetivos y universales. Y, al no haber estándares objetivos, todo vale por igual, la ciencia y la magia, la virtud y el vicio.
Benedicto XVI denunció la dictadura del relativismo porque destruye el concepto de libertad y abre camino al nihilismo. Pero más allá de la perspectiva cristiana el efecto disolvente de semejante tendencia de pensamiento, conduce a sociedades líquidas en las que todas las opiniones son igualmente válidas y cada uno tiene su propia verdad. Y no solo a nivel individual, sino que se está extendiendo al plano científico, cultural, ético y moral.
No hay una moral o una ética buena o mala porque se cuestiona la universalidad de todos los códigos aceptados por el desarrollo y la modernización de la civilización. Los estudiosos del fenómeno, que conecta con el ‘wokismo’ y la moda de la cancelación, tiene su origen en el individualismo radical y en el presupuesto de que las ideas, los códigos morales, la propia ciencia, son producto y creación de las clases dominantes y, por lo tanto, al servicio de ellas. A partir de ahí cada uno tiene su propia verdad y no es necesario fundamentarla sino que es suficiente con afirmarla.
Pero el fenómeno no se limita a una corriente de determinados movimientos políticos o ámbitos universitarios sino que está contaminando el ámbito científico y las facultades de medicina y biología.