Vivimos en un mundo en el que al menos 5.000 millones de personas tienen una o varias cuentas en redes sociales, según el reciente informe Digital 2024. Una cifra que sigue creciendo año tras año. Sin embargo, las grandes plataformas siguen, en parte, secuestradas por cientos de miles de trolls y cuentas falsas al servicio de los intereses de populistas, megalómanos y autócratas.
Y las tecnológicas lo saben, desde hace años.
Era mediados de 2016. Estaba sentado en una mesa de la cafetería de uno de los centros de conferencias de Silicon Valley, en San Francisco. Me había citado un miembro del equipo de Google para hablar sobre los informes que habíamos publicado unas semanas antes sobre las campañas de acoso y abuso a mujeres periodistas. De esa reunión salieron dos cosas: Primero, una propuesta de colaboración para investigar en Turquía este tipo de ataques contra la prensa (de hecho, el fallido golpe de estado que intentó derrocar a Erdogan en 2016 nos forzó a implementar el proyecto antes de tiempo para poder analizar en vivo la manipulación del discurso en las redes mientras los golpistas tomaban las calles de Estambul). Y, segundo, la sensación de que las plataformas, en general, no sabían cómo lidiar con el odio que ya entonces se acumulaba en sus feeds.
Una sensación que se acrecentó dos años después cuando me senté a tomar un café con un miembro del departamento de políticas de empresa de Twitter en Ginebra, Suiza. Buscaban optimizar los procesos de análisis y respuestas a las reclamaciones de usuarios con un perfil público (y por lo tanto más expuestos al odio) como los periodistas, entre otros. Me doy cuenta ahora que aquellos fueron los ‘años dorados’. Un tiempo en el que las plataformas pretendían equilibrar los beneficios económicos que les reportaba el odio que se propagaba a través de sus servidores, mientras intentaban minimizar el impacto emocional de esa plaga en los usuarios más vulnerables. Una quimera.
Desde entonces, los algoritmos de Facebook, YouTube e Instagram (las tres redes sociales más importantes del mundo en cuanto a usuarios) han reducido el alcance de las noticias en un intento deliberado de, según ellos, ‘despolitizar’ sus plataformas.
Mientras tanto, las tres redes con mayor influencia política, X (antigua Twitter), TikTok y Telegram, siguen siendo un campo fértil para que la desinformación y el odio florezcan. Especialmente en X, en manos de Elon Musk desde 2022. Musk ha convertido la red social que ha vehiculado el debate político en los principales países del mundo (excepto Rusia) en una plataforma de apoyo a Donald Trump, a las teorías de la conspiración y al odio. Sí, los trolls ya existían en Twitter antes de que llegara Musk, pero al menos sabíamos que había una ‘excusa’ económica (ética y moralmente deleznable). Sin embargo, era parte del ‘juego’. Ya no. Las reglas han cambiado y ahora el odio y la desinformación campan a sus anchas en X por el simple capricho de un hombre.
Muchos periodistas y medios de comunicación como La Vanguardia en España o el The Guardian en el Reino Unido han decidido salir de X, donde acumulaban millones de seguidores, y el éxodo a otras plataformas se ha acelerado en todo el mundo desde la llegada de Trump al poder. Entre ellas destaca Bluesky (su traducción literal es ‘Cielo Azul’), una recreación de Twitter en sus inicios que se ha convertido en la app más descargada en las últimas semanas, superando a Chat GPT. Queda por ver si esta red social también se convertirá, con el tiempo, en un sumidero de trolls.
El éxodo de los medios de comunicación en busca de un ‘cielo azul’ me preocupa. En un mundo polarizado, necesitamos más que nunca estar expuestos a informaciones que cuestionan los dogmas de los que nos nutrimos en nuestras propias burbujas. De lo contrario, corremos el riesgo de alejarnos, aún más, los unos de los otros.
Para terminar, un apunte en clave tarraconense: Deseo fervientemente que el cielo azul (el de verdad) cubra a Tarragona este próximo domingo para que toda la ciudad pueda disfrutar de la Tarraco Health Race, una carrera solidaria que dedica esta tercera edición a dar visibilidad a la enfermedad de la epilepsia. Sé de buena tinta que los organizadores han puesto todo su corazón y su alma en la organización de este evento. Suerte a todos y bon vent i barca nova.
Javier Luque es jefe de comunicaciones digitales en el Instituto Internacional de la Prensa (IPI) en Viena y experto en desinformación y violencia online.