La semana pasada el gobierno de la Generalitat presidido por Salvador Illa aprobó el Plan Catalunya Lidera que movilizará 18.500 millones en 200 actuaciones. Uno de los 5 ejes de actuación es el de conocimiento e innovación, que busca mejorar la calidad de la formación y el impulso del sistema de I+D con un presupuesto de 1924 millones de 2025-2030. No entraré en si es mucho o poco porque siempre depende con quien lo comparemos ni tampoco entraré en la diferencia entre ciencia e innovación. Lo que sí es importante es que invertir en innovación se ha convertido en una necesidad vital para cualquiera para competir en este mundo.
Nunca en la historia hemos visto estas cifras de inversión en innovación en el mundo. Los desarrollos de inteligencia artificial están haciendo que veamos cifras de inversión de volúmenes sin precedentes. Sin embargo, todo y que la inversión es imprescindible sea del tamaño que sea, el verdadero motor de la innovación no está en el dinero, sino que reside en la necesidad. Cuando surgen desafíos apremiantes, las soluciones innovadoras aparecen de forma más ágil, y es precisamente esa necesidad es la que hace funcionar la ‘espabilina’ que despierta el ingenio.
Un ejemplo relevante es el caso de sistema de inteligencia artificial (IA) china DeepSeek, que, teóricamente con una inversión de apenas 6 millones de euros, ha logrado notables avances al alcance de ChatGPT con una inversión de decenas de miles de millones. Esta disrupción provocó la caída en bolsa de empresas como NVIDIA por valor de unos 500.000 millones de dólares, casi nada. Precisamente, días antes, el presidente Trump anunció la inversión de una cifra similar de 500.000 millones de dólares para el proyecto ‘Stargate’ de gran infraestructura de IA en Texas. Estas cifras —6 millones frente a 500.000— revelan que, en ocasiones, la eficacia de un proyecto no depende únicamente de la magnitud de la inversión, sino de la claridad de sus objetivos, la espabilina y de la determinación para alcanzarlos.
En el contexto europeo, la reciente publicación del EU Competitiveness Compass, la Brújula de competitividad Europa, refleja la posición de la Unión Europea en áreas cruciales como la digitalización, la transición ecológica y la innovación. Según datos de la Comisión Europea, la UE destina alrededor del 2,3 % de su PIB a investigación y desarrollo, una cifra que aún queda por debajo de competidores como Estados Unidos (3,0 %) o las principales economías asiáticas (que superan el 3,1 %). Esta diferencia, sumada a la fragmentación interna de los Estados miembros, dificulta la materialización de ambiciosos proyectos de innovación.
Resulta curioso que, el mayor estímulo para que Europa intensifique su ritmo de innovación proviene de la presión externa. La rápida transformación tecnológica de China o las iniciativas impulsadas durante la Administración Trump han ejercido un efecto “despertador” que podría denominarse una ‘espabilina’ externa. Dicho de otra forma, la constatación de que otras potencias avanzan a gran velocidad obliga a Europa a reforzar sus estrategias de inversión en innovación como nunca y a fomentar la colaboración público-privada.
Tal como demuestra el ejemplo de DeepSeek, no es solo la cantidad de fondos disponible lo que impulsa la innovación, sino la focalización en retos concretos y el uso eficiente de los recursos. La verdadera competitividad se basa en estrategias coordinadas que aborden necesidades específicas, promuevan la cooperación y, sobre todo, incentiven el desarrollo de soluciones capaces de insertarse con éxito en el tejido productivo y en la sociedad.
Para que la Unión Europea consolide su posición en el panorama mundial de la innovación, no basta con disponer de informes detallados por Letta o Draghi o de partidas presupuestarias destacadas de acuerdo a la Brújula de Competitividad. Es indispensable traducir esa información en acciones concretas y asumir que, en gran medida, la “espabilina” que necesita la innovación europea puede provenir del crecimiento acelerado de otras potencias, como China, o del impulso que representan las políticas comerciales de la Administración Trump. La clave radica en utilizar esa presión externa como acicate para desarrollar políticas eficaces, fortalecer la cooperación en el seno de la UE y, en última instancia, garantizar que la necesidad de innovar no sea un mero eslogan, sino una prioridad constante.