«Esos templetes puntiagudos son de los yazidíes. En esta zona vivían muchos de ellos. Algunos han huído. Otros fueron asesinados por el Daesh. No los consideran personas. Para ellos son adoradores del diablo». En agosto de 2015, mientras recorría en coche una larga carretera del norte de Irak, entre Erbil y Telskuf, el frente de guerra entre los peshmerga kurdos y los yihadistas del Estado Islámico, mi traductor y guía me recordó el horror que, tan sólo un año antes, había sacudido la zona. El mismo que, a pocos quilómetros, se seguía perpetrando. En 2015, los fanáticos del Daesh todavía controlaban Mosul y buena parte de la planície de Nínive; además de ciudades clave de Síria. Pero lo peor había sucedido en 2014. Los terroristas asolaron todo a su paso, avanzando a sangre y fuego sin encontrar apenas oposición del ejército iraquí, y ensañándose especialmente con las minorías: los cristianos, y sobre todo, los yazidíes, un grupo étnicoreligioso que se remonta a la antigua Mesopotamia. En Sinjar, a dos horas y media de coche de Talskuf, al menos 5.000 hombres, mujeres y niños yazidíes fueron asesinados por Daesh. Fue un genocidio. Miles de mujeres y niñas fueron violadas y raptadas para convertirse en esposas esclavas de los salafistas. Una de estas mujeres, secuestrada con 11 años, fue liberada esta semana en Gaza. Diez años después, el horror de Sinjar sigue vivo.
Los yazidíes todavía no son personas
04 octubre 2024 21:25 |
Actualizado a 05 octubre 2024 07:00
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