Cuando, el 1 de junio de 2018, el presidente del Gobierno Mariano Rajoy se encerró ocho horas en un restaurante madrileño, en plena moción de censura contra él, en los medios corrieron ríos de tinta y se llenaron horas y horas de tertulias radiofónicas y televisivas. El jefe del ejecutivo estuvo desaparecido durante horas, y fue sorprendido en local cuando ya se había aprobado la primera moción de censura de la historia de España. Hubo sorpresa, indignación y asombro. Y puede que hasta un punto de jolgorio ante la osadía y descaro de Rajoy que, con la suerte echada, parecía querer lanzar un mensaje de desafío y desidia ante el órdago del PSOE y Unidas Podemos. El tiempo ha dado a la anécdota una pátina extra de humorismo, y ahora hasta resulta graciosa.
Dudo mucho que eso llegue a suceder nunca con la comida –y supongo que postre, y café, y sobremesa, y puros, y destilados...– de Carlos Mazón el martes 29 de octubre. O con lo que fuera que estuviese haciendo el president valenciano en las horas que estuvo en paradero desconocido, en plena DANA. Mientras sus ciudadanos se hundían en el fango. Dudo mucho que nadie recuerde con un punto de indulgencia y gracia ese ágape. Esas dos horas de retraso a la reunión de crisis del Cecopi. Esa falta de coordinación. Ese caos. Esa chulería. Esa desfachatez. Esa incompetencia. Ese president.