Hace unos años un extremo derecho rival del Nàstic me confesaba que cuando tenía que marcarle Santi Coch ya sentía miedo porque, decía, su mirada fija en mis ojos me amedrentaba, me minimizaba.
Lateral zurdo cerrado, su llegada al Nàstic con sus hermanos Ramón y Enric se remonta a la final del campeonato provincial juvenil en junio de 1975; en el encuentro de ida el Tortosa vencía al CD Valls por 3-0, pero en la vuelta, en El Vilar, hubo remontada 4-0 con dos goles de Santi (jugaba de extremo) y otros dos de Ramón.
Un año después aterrizaban en el Nou Estadi los tres hermanos de la mano del presidente Josep Maria Dalmau y la autorización del padre de los Coch, para jugar con el filial; eso sí, Santi reciclado ya como lateral zurdo.
Era un defensa hercúleo, fibroso, intuitivo, enérgico, intenso, firme, con limitaciones técnicas que suplía con su genio y su poderosa personalidad. Él supo siempre que sería futbolista, desde la discreción, la constancia y la prudencia, pero sobre el césped se transformaba siendo capaz de capitanear y tirar del equipo como un Ricardo Corazón de León o un Braveheart. Y logró sumar 528 partidos oficiales por su firmeza, su tesón, su sacrificio y la abnegación.
Fuera del terreno de juego Santi, era sereno, tranquilo, afable y muy hogareño (con Carme, su esposa, sus hijos Adriá, Denis y Joel, sus nietos y hermanos) y con su otra familia, el Nàstic, a la que, como jugador, técnico del filial, segundo entrenador y scouting le dedicó treinta y cinco años de su vida. Una fidelidad a un escudo única e irrepetible.
Santi, durante muchos años fue mi confidente deportivo, siempre acertaba en los bocetos que dibujaba de los nuevos fichajes.
Nuestra última conversación telefónica a mediados de agosto terminó con una sabia reflexión por su parte, el Nàstic no ha de perder nunca su ADN, algo que Santi supo demostrar de manera palpable durante diecisiete temporadas como futbolista.
Por eso desde aquí quiero solicitar al Nàstic que la futura ciudad deportiva de la Anella Mediterránea lleve su nombre, porque las leyendas permanecen eternamente.
Hasta siempre, Santi.