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Bocata

25 noviembre 2024 21:11 | Actualizado a 26 noviembre 2024 07:00
Natàlia Rodríguez
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Ayer desayuné un bocadillo de tortilla a la francesa con pa amb tomacat y un aceite verde como el blandiblu. Odio la metáfora de la madalena y Proust porque Proust no habla de madalenas, no es eso. Vuelvo a mi bocadillo. El bar no invierte en decoración. Está algo pringoso, la televisión a toda pastilla y la conversación bulliciosa en castellano, catalán y árabe magrebí. Todos parecían íntimos. Hijos, trabajos, operaciones de vesícula y cotilleos. Broncano contra Motos (allí todos a favor de Broncano). Carajillos varios y mucho azúcar en el café. La barra de pan crujiente, la tortilla esponjosa, ni muy hecha ni muy cruda. Un bocata que cuando lo he visto, casi me desmayo. «¡Oiga que le he pedido el tamaño pequeño!» El dueño me mira por encima de las gafas. «Esto, aquí es pequeño y usted necesita crecer». A mi lado dos currantes se estaban zampando un bocadillo de una barra (son mis ídolos), de butifarra y chorizo. No en dos mitades enfrentadas sino barrechao sin orden. «Así muerdes y pillas de las dos cosas», me comentan. Esto en Esade no te lo enseñan. Hay mucho escrito sobre la ‘comfort food’, esa comida que es consuelo, abrazo, refugio y sedación. Son platos atados a recuerdos, a viajes, a la infancia, a la madre. Sirven para las madrugadas en vela, para pedir perdón, para un desamor, para un exámen, para las crisis. Y para desayunar un lunes gris.

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