Tromso tiene una catedral, una más que aceptable universidad, una biblioteca de última moda, varios museos curiosos (como el dedicado a los héroes de la exploración polar Nansen y Amundsen) y, sobre todo, más bares que otra ciudad. La llaman «la capital del Ártico». Aquí, a más de cuatrocientos kilómetros al norte del Círculo Polar, a diferencia de otros lugares a esa latitud, la vida es agradable. Se debe a la corriente que viene del Golfo que calienta las aguas.
A principios del XIX, John Cleves Symmes, oficial de USA, mantenía que en el mismo lugar del Polo se abría una abertura que permitía la entrada a una serie de siete mundos. Las historias de Symmes eran pura fantasía que pronto cayeron en desgracia; pero la posible existencia de un mar interior que rodeaba al Polo siguió manteniéndose a capa y espada hasta 1926, en que el vuelo de Amundsen (el descubridor del Polo sur) y Nobile demostró la inexistencia de una masa continental y de un mar abierto en el Norte de la Tierra. En ese lugar sólo había hielo y nada más que hielo.
Fergus Fleming, autor de uno de los mejores libros sobre las exploraciones del Ártico (La conquista del Polo Norte) acaba escribiendo: «En términos imperiales y comerciales, el Polo Norte no tenía ningún valor… Nada se había encontrado en él, salvo el mismo hielo con que los exploradores habían batallado durante centenares de años». Y termina diciendo: «En cierto modo, la teoría de Symmes había resultado correcta. Aunque no fuera exactamente un agujero, el polo… es lo que más se parece a abandonar el planeta sin realmente abandonarlo».
En realidad el descubrimiento del Polo Norte fue simplemente una distracción que ocultaba algo más importante tanto desde el punto de vista comercial como político. Durante siglos los exploradores jalonados por los políticos intentaron averiguar la viabilidad de vías alternativas a las tradicionales. Por un lado, se pretendía abrir una ruta que fuera desde el Atlántico hasta el Pacífico por el norte de Canadá (el llamado Paso del Noroeste); por otro lado, y alternativamente, se quería abrir otra que fuera en sentido contrario, atravesando las costas de Siberia hasta llegar al Pacífico (el conocido Paso del Noreste). La comprobación de la inexistencia de un mar interior suponía implícitamente negar esas dos posibilidades.
Para que nos hagamos una idea de lo que está en juego basta decir que la ruta entre Japón y el Norte de Europa (a través del canal de Suez) supone algo más de 21.000 kilómetros; mientras que hacerla por el paso del Noreste (por Siberia) reduce la distancia en más de 8.000 kilómetros. En el Paso del Noroeste (atravesado a principios del XX precisamente por Amundsen) la diferencia es menor pero también importante (18.200 kilómetros si se hace por el canal de Panamá y 14.000 si se hace por el norte).
La historia en ocasiones tiene sus pequeñas venganzas y recompensas. Y el Polo Norte de ser un signo del vacío y de la nada puede llegar a convertirse en poco tiempo en un mundo parecido al que pronosticaba el loco de Symmes.
Les doy algunas cifras. Se calculan que un 13 por ciento de las reservas conocidas de petróleo y gas del mundo están en el Ártico y un 30 por ciento de las no conocidas. Según la sociedad Geológica de Londres las reservas de minerales pueden ascender a dos billones de dólares. La mayor mina de zinc del mundo se encuentra en Alaska; la mayor de níquel, en el Ártico ruso.
¿Qué está ocurriendo para que volvamos a interesarnos por el Ártico? Pues algo tan sencillo como que cada vez hace más calor. En el año 2007 la superficie helada del Polo Norte se redujo en un 50 por ciento con relación al año 1979.
Los expertos hace unos años empezaron a pronosticar que en el año 2100 toda la superficie podría ser un mar interior; ahora aseguran que es posible que en quince o veinte años lo sea.
Empieza a haber pruebas de ello En septiembre del año 2009 dos cargueros alemanes cruzaron por primera vez el Paso del Noreste entre Japón y Holanda. A partir del año 2007 varios barcos han atravesado el Paso del Noroeste.
Este año, sin ir más lejos, varios catálogos de cruceros de lujo ofrecían viajes convencionales por dicho paso: los precios eran excesivos pero no es extraño que en un futuro próximo bajen y que ir al norte sea tan fácil como ir por el Mediterráneo.
Como antes y como siempre los intereses geoestratégicos de los Estados luchan por imponerse. Todos son conscientes de los nuevos cambios, pero quizás el que lleva la delantera es la Federación Rusa.
Dos datos. Uno: en los últimos años las inversiones en el norte de Siberia, poco conocidas por el gran público, han aumentado exponencialmente. Dos: en agosto del 2007 el sumergible MIR-1 plantó una bandera de Rusia (fabricada de titanio) en la latitud 90º norte, a 4261 metros de profundidad, una especie de toma de posesión de tierras en las que pueden estar las mayores reservas de la humanidad.
El viajero Javier Reverte (En mares salvajes. Un viaje al Ártico) reflexiona en su viaje en barco por el Paso del Noroeste sobre la posibilidad de que el hielo subterráneo de la tundra se derrita emitiendo gas metano («Ahora me pregunto si el fin del Ártico no podría ser, al cabo, nuestro fin como especie»).
Quizás exagerado, quizás no… pero si es muy posible que estemos en el comienzo de una vuelta de la guerra fría, de un nuevo telón de acero, con todos los riesgos que ello comporta.