El primer gran juicio –al menos, en lo que al aspecto mediático se refiere por la notoriedad de la persona que se sienta en el banquillo de los acusados– desde la aprobación de la ley del ‘solo sí es sí’ se está llevando a cabo estos días –arrancó el lunes– en Barcelona con la confirmación por parte de la víctima de que el exfutbolista brasileño del Barça Dani Alves la violó en el baño de una discoteca, mientras la defensa sostiene que las relaciones sexuales fueron consentidas. Ante la habitual falta de testigos presenciales y pruebas irrefutables en este tipo de casos, la credibilidad es una herramienta básica para inclinar la balanza en procesos de esta índole. Las cinco versiones esgrimidas a lo largo del tiempo por el exjugador no le favorecen en ese sentido, pero una sentencia condenatoria obliga a derribar su presunción de inocencia durante la vista oral, en la que la protección de la intimidad de la denunciante justifica las medidas excepcionales adoptadas por el tribunal.
En este sentido, pesa también sobre la madre de Alves una denuncia por haber filtrado la identidad de la víctima, un hecho que castiga la ley, inspirada en la violación a una joven en Sanfermines por parte de la ya tristemente conocida como La Manada. La declaración de la joven a puerta cerrada y detrás de un biombo que la separaba de su supuesto agresor fue corroborada por una amiga, al tiempo que los Mossos estiman que lo que se aprecia en los vídeos se corresponde con lo declarado por la víctima. La joven dijo en un primer momento que no quería presentar denuncia ante el temor de que nadie la creería, dada la identidad de su presunto agresor. En este sentido, tiene que quedar muy claro que la justicia ha de ser ciega y que la notoriedad de Alves, quien se presentó como pretendida víctima de un «juicio paralelo», no puede actuar ni a su favor ni en su contra cuando se trata de hacer justicia sobre imputaciones de extrema gravedad, sobre una de las más sórdidas expresiones del repugnante machismo que aún anida entre nosotros.