Black Money

Lo negro parece que ha disminuido espectacularmente, habiéndose trasladado a las nuevas plataformas cibernéticas de pago y a las criptomonedas

14 diciembre 2020 19:00 | Actualizado a 14 diciembre 2020 20:18
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Ocultar dinero o en general bienes al Fisco es una de las conductas más reiteradas de la Historia de la Humanidad. Inicialmente podía consistir simplemente en ocultar los bienes en una cueva como en los cuentos de Alí Baba; en otras ocasiones, bastaba con dejarlo en un cofre como el judío de la novela de Oliver Twist. Últimamente estamos viendo personajes públicos en que el ocultamiento se produce en alguna cuenta andorrana, en un denominado «paraíso fiscal», o en algún «billetero digital».

En muchas ciudades europeas, como en Holanda, las casas tenían una fachada mínima mientras que eran enormes en profundidad con la única finalidad de pagar menos impuestos (porque éstos dependían de las medidas de la fachada). Durante siglos, los propietarios de tierras tenían la costumbre de declarar mucho menos extensión de la que tenían con claro objeto de satisfacer menos tributos. Algo similar ocurría con los precios consignados en las transmisiones de bienes (y muy especialmente en el caso de los bienes inmuebles).

Antes de seguir convendría dejar muy claro que el dinero negro o dinero B tiene dos formas muy diferentes de procedencia. La distinción tiene su importancia moral.

En un caso, el origen del mismo proviene directamente de la comisión de un delito, con lo que el problema no es tanto la ocultación del dinero como el hecho delictivo en sí. Es más, en este supuesto, el dilema complicado que tiene el delincuente es la manera de aflorar («blanquear») ese dinero y volver a introducirlo en la «economía legal». Es estos casos se suele hablar más específicamente de «dinero sucio».

La otra procedencia del dinero negro no parte inicialmente de la comisión de un delito. El dinero no declarado a la Hacienda Pública del contribuyente puede ser lícita y moralmente ganado pero su omisión al Fisco genera Black Money, que por este hecho se convierte en «dinero sucio».

Ustedes pueden consultar con facilidad datos sobre la cantidad de dinero negro que circula en las economías mundiales y en concreto en la española (la llamada «economía sumergida»). Las cifras son espectaculares y posiblemente menores de las reales (por algo es dinero negro). El Black Money es una de esas realidades paralelas con la que todos convivimos, de la que somos conscientes, pero de la que preferimos no hablar. Una percepción de la que no escapa el propio Fisco, que de vez en cuando decide «hacer borrón y cuenta nueva» (lo que llamamos una amnistía fiscal).

El delincuente que oculta el dinero sabe lo que hace y no pretende ninguna justificación moral para su conducta. Por el contrario, la persona honrada que oculta tiene múltiples justificaciones morales para su actuación (indudablemente fraudulenta), bastantes razonables: los políticos son los primeros que roban (no vean como ha aumentado este pensamiento en los últimos tiempos); los impuestos son abusivos, pagamos los idiotas y se libran los listos; no entiendo porque tengo que pagar por algo que es mío y que ahora quiero dar a mi familia; yo no hago más que lo que hacen otros. Con estas consideraciones, y unas cuantas más, nuestro honrado generador de Black Money «lava» su conciencia.

Pensar que estas conductas son propias de un grupo determinado o de una procedencia ideológica es también un grave error. Es cierto que quien oculta es quien tiene, pero tampoco están exentos de estos comportamientos quien tiene poco o casi nada. Aunque para estos últimos queda siempre la auto justificación moral de «esto no es nada comparado con lo de otros». ¿Pero, lo moral depende del número de ceros de lo defraudado?

Hemos hablado de dos grupos de generadores de dinero negro. Son los que conscientemente lo hacen. Hay, sin embargo, muchas personas que no conocen realmente que su conducta es ilícita y que como consecuencia de sus decisiones se generará dinero negro. Esto se ve a simple vista con sus preguntas «inocentes». Les indico algunas muy habituales: ¿con qué se paga menos, con una donación o con una compraventa? ¿qué más da que compremos los dos con mi dinero o mi hijo con el dinero que le doy?

Pero la pregunta estrella que comparten todos los grupos de adoradores del Black Money, los que saben lo que hacen y los que no saben, no es otra que ésta: ¿qué cantidad tengo que poner como precio de la transmisión? La respuesta es clara: «el precio realmente pagado, aunque eso sólo lo saben ustedes y como mucho Dios».

Durante muchos años ha estado arraigada en la sociedad que en las escrituras públicas debía «ponerse menos» del precio realmente convenido. Con esto se beneficiaba el transmitente (al disminuir sus hipotéticos incrementos de patrimonio) y aparentemente el adquirente (tributaba menos, pero asumía una plusvalía irreal que luego le costaría más caro).

Los tiempos han ido poco a poco cambiando. No podemos afirmar ni mucho menos que en este campo todo es blanco, pero lo negro parece que ha disminuido espectacularmente, habiéndose trasladado a las nuevas plataformas cibernéticas de pago y a las criptomonedas. La información fiscal suministrada «on line por los notarios» ha sido una pieza clave, a la que se ha añadido también los estrictos controles en materia de blanqueo de capitales que deben seguir todos los operadores que intervienen en una transmisión.

Aunque lo hagan muchas veces a regañadientes, la mayoría de los ciudadanos cumplen sus obligaciones fiscales y evitan en la manera de lo posible el mundo del Black Money.

Esperemos que a la vez el Fisco haga lo que tiene que hacer, sea indulgente con el débil (económicamente) o con el cumplidor un poco negligente, y persiga sin piedad hasta el fin del mundo real y cibernético al que ríe de todos nosotros.

Martín Garrido es profesor de Derecho Civil de la Universitat Rovira i Virgili (URV). Con el Govern de Maragall formó parte del grupo de expertos desigando por la Generalitat para elaborar el Libro de Sucesiones del Código Civil catalán.

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