Así reza la primera de las predicciones del Foro Económico Mundial (Foro de Davos) para 2030, similar a los mundos utópicos que, desde Platón, nos van acompañando siglo tras siglo, como Utopía de Tomás Moro o Un mundo feliz de A. Huxley. Ninguno de ellos existe, ni ha existido jamás. Y cuando se ha pretendido conseguir, persiguiendo quimeras, usualmente ha acabado en dictaduras de líderes que conocen mejor que tú lo que te conviene (y por eso te lo quitan todo) y en hambrunas masivas, que provocan millones de muertos.
No pueden ignorar que la propiedad es algo que conforma la naturaleza: la territorialidad y la posesión están muy presentes en su organización, incluyendo la de nuestros ancestros prehistóricos. Es inherente al ser humano, desde que es bebé, cuando balbucea, justo tras, eventualmente, decir «papá» y «mamá», que cierto juguete «es mío». Aquello que alguna vez ha tenido algún interés económico y es escaso ha despertado el interés de ser poseído, porque no solo nos es útil, sino que además nuestras pertenencias son una proyección de nosotros mismos (desde la decoración de tu casa al color de la funda de tu móvil).
Carlos Marx y sus seguidores se han empeñado en profetizar el «colapso inminente» del capitalismo una y otra vez; pero aún no ha llegado. Este ha sobrevivido a base de reinventarse, empujado por las innovaciones tecnológicas.
La penúltima vuelta de tuerca ha sido la «economía colaborativa» nacida, precisamente, tras la crisis de 2007, y que, en el fondo, esconde una progresiva precarización del título de tenencia de las cosas, que más parece una nueva manera de acabar con la propiedad privada, paradójicamente compatible con las subidas de impuestos, el crecimiento de la deuda pública y de la Administración o con las sanciones y expropiaciones de, por ejemplo, las viviendas vacías que lleva ocurriendo desde 2015. Lo extremos se tocan. Es así, a través de la precarización, como se explica esa predicción de Davos, pues todo lo que no sea ser propietario, implica que otro lo es por ti y decide todo por ti a través de algoritmos.
La generación milenial ha sido la víctima de la crisis de 2007: mientras la generación X (nacida en los años 70) e Y (nacida en los años 80) aspiraban a tener un coche, se pasó a aspirar a una bicicleta (recuerden los «felices años 20»… ¡de hace 100 años!) y ahora a un patinete alquilado; de viajar a hoteles en vuelos cómodos, a estar enlatados en vuelos baratos que pronto serán sustituidos por trenes nocturnos, hacinados en literas como hace décadas (y esto se vende como un avance); de ir a hoteles a «ir de Airbnb», gentrificando ciudades en el proceso; de la privacidad (la mayor de las propiedades), al exhibicionismo de Instagram o Tic Toc; de las relaciones personales estables a la fluidez del Tinder (¡si lo hubiese visto Bauman!); de una religión milenaria, a muchas nuevas religiones disfrazadas de trending topic; de comprar una vivienda, a alquilarla y ahora a compartirla con otros hasta tus 45 años; de tener un trabajo, al 40% de paro juvenil, subsidiados a base de rentas mínimas vitales y «bonos joven» que nunca han funcionado.
Y les cuento la última vuelta de tuerca de la precarización capitalista: como aquí no tendrás nada, deberás vivir en un mundo virtual permanente (los metaversos), donde quizás podrás ser alguien, proyectándote en tu avatar, el cual, ese sí, podrá comprar cosas únicas virtuales o NFT (non-fungible tokens). Es lo que le faltaba a mundos como Second Life o Fortnite para seguir funcionando: promover un comercio especulativo de cosas únicas (fichas digitales) que, fuera de internet, no existen. Poco nos pasa.
En fin. Cuando vean al de Facebook viviendo y comprando (no solo vendiendo) en esos mundos virtuales, a políticos y grandes empresarios en trenes-litera y usando alojamientos baratos (cuando paguen con nuestro dinero, claro), viviendo de alquiler y no en propiedad (especialmente los que predican que lo primero es mejor opción… para los demás) o desplazándose en patinete (no vale el postureo), entonces es que ustedes están viviendo en el Jardín del Edén, del que fuimos expulsados según el Génesis, y que nunca más ha existido desde que hay vida en este planeta (de ahí, por cierto, lo interesante de creer en la vida eterna).
O sea, no se dejen engañar. No se dejen quitar la propiedad de sus cosas y no dejen de aspirar a ella, especialmente en los malos tiempos que nos esperan. De lo contrario, otros concentrarán la propiedad en sus manos, sean los empresarios de Davos, sean algunos cargos políticos que quieren decidir por ti qué te conviene más, como papá Stalin y sus acólitos actuales, que hay muchos. No harán nada por ti y, desde luego, no serás feliz.