Libertad en la oficina
El notario tarraconense Ángel María Doblado se siente liberado. «Se ha hecho duro», dice en su despacho, en su primera mañana con la cara despejada después de dos años. «Imagínate estar de 8 a 20 horas con la mascarilla todo el rato, ya teníamos ganas de quitarla, aunque aquí dejamos libertad». Estas oficinas de la Rambla Nova son una certera radiografía. Hay de todo un poco. Los clientes suelen llevarla. Y luego cada trabajador decide. «Damos la libertad de llevar o no llevar, pero estamos a expensas de que si desde riesgos laborales nos dicen que, por el espacio, hay que tenerla puesta, así lo haremos», afirma Doblado.
Se respira novedad y cambio en esta mañana singular en la que han desaparecido también los plafones de plástico para atender al público. En un mismo espacio convive gente con el cubrebocas y sin él. «Yo ya tenía ganas de quitármela, hacía mucho que esperaba a que llegara este día, aunque la sensación es extraña», asegura Sonia Porcel, una trabajadora.
El nuevo hábito: ponérsela solo cuando hay clientes
Cada despacho es un mundo, pero en general la atención al cliente va a mandar. Los empleados de diversas inmobiliarias en la Rambla Nova, cuando no tienen clientes, están sin mascarilla por primera vez en la pandemia, pero se cubren si entra alguien de fuera. Algo similar ocurre en la Asesoría Pérez Tarracogest, en la calle August de Tarragona. Allí se ha armado el que parece que va a ser un nuevo protocolo no escrito por muchos. «Las pantallas de metacrilato permanecen igual, pero el público, en general, entra siempre con mascarilla», explica Javier Pérez, asesor fiscal y laboral, además de gerente. Cuando no hay clientes, dos empleados la llevan y tres no. «Damos la total libertad de ponérsela o no», dice Pérez, que añade: «Como todos los clientes la llevan, quizás porque vienen del ascensor, cuando entra alguien, inmediatamente el trabajador se la pone, por deferencia y cortesía. No sabemos qué pasará en un tiempo, pero ahora es así».
‘Fifty-fifty’ en el súper
«Los quinceañeros aún la seguimos llevando», dice con ironía y buen humor una señora mayor en un mostrador del supermercado Plusfresc, en la Avinguda Roma. «El bicho aún no se ha ido y no tiene ganas de hacerlo», incide, precavida. No todo el mundo es así. Hace un rato gente mayor estrenó el día sin portar la tela puesta al hacer la compra. Muchos jóvenes que acceden a la hora del recreo tampoco la lucen, pero durante la mañana la estadística que se irá repitiendo se iguala, prácticamente en un fifty-fifty, que revela cómo de difícil va a ser despojarse de esa costumbre.
Todavía hay mucha cautela, y se impone ese miedo de que el adiós a la mascarilla en interiores sea, en realidad, un hasta luego. La imagen de clientes con carros y comprando y sin mascarilla fue ayer otra de esas estampas icónicas del esperado fin de la Covid.
En un supermercado Coviran se reproduce el escrutinio. «Más o menos, mitad y mitad», dice el responsable, Joan Poch, que añade: «No hay un patrón claro, viene gente mayor que no la lleva también». Por primera vez en dos años, Joan se la quitó ayer para estar tras la caja y reconocía sentirse «raro» y, a su vez, generar situaciones insólitas, algo desubicadas: «La gente se sorprende cuando entra y me ve sin mascarilla. Yo he dado la orden a los trabajadores de que no es necesario llevarla entre semana pero sí el domingo, porque la afluencia de gente es mayor. También procuramos ventilar correctamente».
El jefe no lleva pero la trabajadora sí
Tampoco es lo mismo las diez de la mañana que las dos de la tarde. «Conforme pasa el día parece que viene más gente sin mascarilla», dice Ana María Mota, dependienta en la tienda Bolsos Amores, en el Parc Central. Este puesto es un paradigma perfecto de la situación: ella, trabajadora, va aún cubierta («y voy a estar así varias semanas») y Fernando Amores, el jefe, se la ha quitado. «He pasado la Covid y tengo las tres vacunas. No es que me haya notado menos libertad por llevarla, pero ya por la calle no la tenía y ahora he decidido que tampoco me la pondré ya». Ana María cree que aún es pronto y que, después de dos años, no hay prisa: «Yo he sido siempre muy rigurosa, porque cuido a mi madre, que tiene 92 años. Nunca nos hemos contagiado. No me molesta llevar la mascarilla, me siento más segura con ella puesta y más en este ambiente en el que los clientes ya no la llevarán». Incluso ella plantea cambiarse la que tiene por un modelo FFP2.
Dependientes sí y clientela no tanto
Un experimento en el mismo Parc Central. En toda una hilera de comercios, hay seis dependientes que llevan mascarilla, tres que no y tres que la llevan bajada. En el otro lado, en un número similar de comercios, siete la llevan y dos no. Entre los empleados, sobre todo de aquellas tiendas más grandes, el protector se mantiene, y no parece ser un engorro. «No me importa llevarla, yo prefiero tenerla puesta porque estoy cara al público y me siento más protegida», cuenta Garbiñe Martínez, dependienta de Bob Store.
Aquí se ve otro hábito que puede calar estos días de nuevas costumbres. «Hay mucha gente que va paseando sin mascarilla por los pasillos y que, cuando entra, quizás por costumbre o por deferencia, se cubre», indica ella. Es momento también de las directrices de las empresas. En Mister Minit, servicio de cerrajería y copia de llaves en el Parc Central, Gustavo Alonso atiende con mascarilla: «La empresa nos ha dicho que es mejor seguir con la mascarilla para dirigirnos al cliente, así que nos ha dicho que la sigamos usando. Para mí no es un problema, al contrario, también me protege al trabajar con materiales que pueden generar polvo, por ejemplo».
Desahogo en el gimnasio
La jornada fue de desinhibición en los gimnasios, quizás el sitio donde más ganas había de despojarse de la prenda de marras. «Mucha gente no la ha llevado ya hoy. Otros la mantienen, pero son los menos, porque para el deporte es engorroso, no respiras igual», admite Javier Rodríguez, de Activa’t, en Tarragona. «De diez personas que hay ahora, dos la llevan, una la tiene bajada y el resto no», describe Natalia Baranova, empleada de Fitness Beach. También en este establecimiento una mayoría ha optado por guardar la tela. Menos prisa hay entre el personal. «Yo la llevo puesta porque me paso todo el día aquí, son muchas horas, y es una manera de protegerme porque pasa mucha gente», dice Rodríguez. Un usuario del centro Viding Sant Jordi: «En el tiempo en que he estado más o menos la proporción era 60% sí y 40% no».
Verse las caras por primera vez en la peluquería
En las peluquerías se produce estos días un efecto llamativo. «A esa gente que comenzó a venir con la pandemia ya empezada les hemos visto las caras hoy –ayer para el lector– por primera vez, ha sido algo muy curioso», explica Sonia Vicente, desde la peluquería La Saleta, en la calle Comte de Rius de Tarragona. Las trabajadoras ya no llevaban ayer el protector y, entre la clientela, hubo de todo, aunque se palparon las ganas por deshacerse del trapo. «Muchos ya han venido sin mascarilla y les hemos atendido todo el rato sin», indica Vicente. En Trasquilón, en la calle Soler, «hay de todo, tanto entre las trabajadoras, que hay quien lleva y quien no, y entre los clientes». En Nou Look Tarragona, la muestra va en esa línea: «Más o menos mitad y mitad. Los clientes más mayores suelen llevarla».
Seguir con ella un tiempo
Florenci Nieto, presidente de Pimec Comerç Tarragona, ha recogido las mismas impresiones en la primera jornada: «La mayoría, tanto de clientela como de trabajadores, mantienen la mascarilla. Se sienten inseguros, tienen dudas. Sí que hay gente que se la ha quitado, aprovechando que se podía, pero es una minoría. Muchos optan por seguir con ella un tiempo». Otro termómetro fue el del Mercat Central, donde se percibió una cierta relajación, a pesar de que los paradistas siguen protegidos. «La mayoría de gente lleva mascarilla, sobre todo las personas mayores, pero hemos visto ya a algunos que se la han quitado», explican desde la frutería Sedano.