Los pantagruélicos desayunos de los portants. Los partidos de fútbol postprocesión. Las novatadas con dedal. Una reforma urbana provocada por la procesión. Un gato travieso. Un traslado en moto a 10 kilómetros por hora. Una mosca en un cáliz. Una bendición con parafina... La Setmana Santa de Tarragona es religiosidad, tradición, cultura, arte. También vida. Y la vida está llena de anécdotas. Estas son algunas contadas por seis históricos ‘setmanasanteros’: tres mujeres y tres hombres.
Quim Mas Carceller, con más de cuatro décadas a su espalda en la Agrupació d’Associacions de Setmana Santa, es una enciclopedia ‘anecdótica’. Recuerda que, allá por los años 80, se despertó la pasión por llevar todos los pasos a hombros. Hasta entonces solo se cargaba el del Nazareno. El resto eran empujados a ruedas.
Las agrupaciones decidieron reclutar a los portants y ensayar una y otra vez. «Nos levantábamos a las 7 de la mañana. Más de uno vino directamente tras pasar la noche de marcha y alguno se dormía dentro del paso. Para atraer a la gente tenías que dar alicientes», explica Quim. ¿Cuáles? Premiar tanto esfuerzo y sacrificio con desayunos abundantes.
Sigue Mas Carceller: «Íbamos a unos bajos de la calle Sant Miquel donde usábamos bidones con gasolina. Allí mismo montábamos barbacoas con costillas y butifarras. Era una forma de aglutinar a la gente. Un pescador de El Serrallo nos cocinaba unos ‘ranxos’ enormes. Todo eso generaba amistad, compañerismo, buen rollo...».
El buen rollo, siempre dentro del respeto, se plasmaba en improvisados partidillos de fútbol con una pelota de papel en la Rambla Nova tras acabar la procesión de Viernes Santo. O en ‘regalos’ como una enorme alpargata de metro y medio a un zapatero o un tricornio para un setmanasantero que lucía bigotazo. Ambos tenían que portarlos hasta sus casas.
Procesión del Sant Enterrament en el año 2017. Foto: Ram Giner
No faltaban, en medio del ambiente de camaradería, las novatadas para los que se incorporaban a una entidad. «Brindábamos con un poco de Chartreuse en un dedal a la voz de ‘didalet, didalet...’ Al novato le poníamos aceite en vez de Chartreuse. El pobre purgaba todo el día».
La presidenta de la Germandat del Sant Ecce-Homo, Elvira Ferrando, recuerda que, cuando la entidad empezaba a funcionar, no tenían presupuesto para ‘mudanzas’. Tenían que trasladar las hachas de un almacén de la Via Augusta al local de la Colla Jove, donde guardaban el paso. Como alquilar una furgonetas quedaba descartado, recurrieron al ingenio. Cargaron el material en el envío de carretones de ruedas y estos los ataron a las motos que tenían la propia Elvira y su esposo, Ramon Armesto.
«La gente que había por la calle nos ayudaba. Lástima que entonces no hubiera móviles para hacer una foto. Íbamos a 10 por hora y aguantábamos las cajas como podíamos», recuerda Elvira con un toque de nostalgia. «Lo que haces por tu Germandat no lo haces ni por tu familia. Era muy divertido», dice Ferrando.
Elvira rescata un recuerdo aún más personal. Ella y Ramón decidieron que su hijo Albert participara en la procesión cuando solo tenía tres añitos. No podían dejarlo con nadie pues toda la familia (hasta 11 miembros) salía en el Sant Enterrament. En plena procesión, la arrengladora (la persona que vela porque las filas de participantes discurran en orden) se acercó a Elvira, vestida con capirote, y le susurró: «tu niño va andando medio dormido, con los ojos cerrados». Ferrando le pidió que le acercara al pequeño. Albert, al ver una figura completamente tapada, se asustó y aseguró que «esta no es mi mamá». Elvira, sin descubrirse, le pidió a Albert que volviera a las filas y no se durmiera. El niño obedeció «para que no me lleven con esa señora».
La pasión por Setmana Santa se transmite de abuelos a hijos y nietos. Como la pareja formada por Jordi Folch y Míriam Ramon, presidente y secretaria del Descendiment. Míriam: «Esperamos con ilusión que nuestro hijo, Sergi, de dos años pueda salir por primera vez en la recogida de Viernes Santo».
Míriam estaba vinculada de toda la vida a la Germandat de Nostre Pare Jesús de la Passió. Germandat de Nostre Pare Jesús de la Passió. La casa familiar, en la Baixada del Patriarca, era una especie de almacén-museo-base de la Setmana Santa.
Los costaleros de Jesús Natzarè se hacen una selfie. 2014. Foto: Ram Giner
«Por allí pasaba gente de todas las cofradías: ‘¿me das un vaso de agua? ¿puedo ir al lavabo? ¿me puedo poner la peineta y la mantilla en vuestra casa?’ decían... Era un auténtico centro logístico de la Setmana Santa de Tarragona. El abuelo Quimet fue uno de los primeros socios de la Germandat y durante muchos años miembro activo de la Junta. El almacén de su casa era como un pequeño museo. Allí se guardaban los pendones, las banderas, las barras de los arrengladores... Incluso durante un tiempo se guardó la imagen calcinada del paso del Jesús de la Passió de Coscolla».
Míriam, su hermano y sus primos, todos ellos aspirantes de la Germandat se lanzaron muchos días a la aventura con aquella imagen quemada del Cristo: «Después de haber vuelto del Col·legi Lestonac-L’Ensenyança y haber merendado la coca de azúcar que la tieta Rosita nos había comprado en la Teresina de Cal Rabassó, linterna en mano y sin que nuestros abuelos y nuestras tías nos vieran, entrábamos a inspeccionar la antigua imagen de Coscolla quemada. Era sacar la sábana que la cubría y salíamos todos corriendo y gritando. El viernes siguiente hacíamos lo mismo otra vez».
El presidente del Gremi de Pagesos, Raül Font-Quer, narra dos anécdotas ‘de iglesia’. Un miembro del Gremi llenó un día una botella de plástico de parafina, el combustible que sirve para encender los hachones con que se procesiona. El hombre dejó la botella en la iglesia de Sant Llorenç. Sant Llorenç. Otro colaborador tenía que llenar de agua el hisopo con que el sacerdote iba a bendecir a los fieles en una misa en la misma iglesia. En vez de colocar agua, introdujo la parafina. Los asistentes a la misa quedaron rociados con un líquido de olor penetrante. Solo fueron unas gotas, por suerte.
En otra misa, rememora Raül, justo después de que el mosén consagrara el vino y antes de que le diera tiempo a tapar la copa con el pequeño lienzo blanco, una enorme mosca cayó en el cáliz. El cura, imperturbable, extrajo el insecto y bebió el vino.
Pero para cuestiones curiosas las que recuerda el cronista de la Setmana Santa de Tarragona, Josep Maria Sabaté. Josep Maria, un pozo de sabiduría, repasó sus archivos ‘históricos-anécdotiles’. Entre ellas, la de la ‘Volta de Salvi’.
Año tras año, hasta 1861, la procesión del Sant Enterrament pasaba bajo una arcada en la calle del Claustre. La arcada unía dos inmuebles propiedad de un conocido notario de la época, Salvi Fábregas. El antiguo paso del Sant Enterrament no cabía por debajo debido a su altura. Así que los Marejants, portantes del misterio, tenían que desmontar las figuras, mover el paso y volverlas a montar unos metros más adelante. Hasta que las entidades de Setmana Santa lograron que se derribara la arcada.
Sabaté también narra la ‘Leyenda de las Formiguetes’. El Jueves Santo no se podía desarrollar ninguna tarea domestica. Así que corría la leyenda que las hormigas y otros insectos invadían como una plaga aquellos hogares en que se barría, fregaba o se limpiaban las ventanas en Jueves Santo.
Victòria Arbeloa, vicepresidenta del Descendiment, vuelve a su infancia: «De pequeña, veíamos la procesión desde un balcón de la Baixada de la Misericòrdia en casa de mis abuelos. Junto con mis hermanos y primos, puntuábamos del 1 al 10 los pasos. Siempre ganaban el Descendiment, el Sant Sepulcre y la Soledat. Entre tanta seriedad y silencio, nos divertía cualquier incidente. Un año un gato pasó en medio de las filas. Otro al ángel de la Oración a l’Hort se le desprendió un ala. Los mayores nos hacían callar, claro, pero a nosotros nos gustaba mucho ver la procesión». No es de extrañar. Dentro de la solemnidad cabe la otra Setmana Santa.