Las Subdelegaciones de Defensa forman parte de la administración periférica del Ministerio, y se dedican a labores institucionales y administrativas: informar sobre las posibilidades profesionales y formativas que ofrecen las fuerzas armadas, atender al personal de Defensa que pasa por Tarragona, relacionarse con las instituciones locales, certificar el servicio militar a efectos de la jubilación… «Queremos ser el enlace entre la administración militar y el ciudadano», un objetivo que Antonio Bergoñós se toma muy en serio, mostrando con orgullo la certificación EFQM de control de calidad. «Todas las personas atendidas reciben un cuestionario para valorar la calidad del servicio».
Abrirse a la ciudad
Otra de sus tareas es «difundir la cultura de defensa. Tenemos que mostrar al ciudadano lo que hacen las fuerzas armadas, que es velar porque el ciudadano pueda seguir gozando de libertad en un país democrático y estar seguro. Por eso vamos a colegios, y por ejemplo, participamos en la feria del estudiante de Valls, donde nuestro stand tuvo la mayor afluencia del evento, con mil cuatrocientos visitantes. También organizamos eventos, como exposiciones o conferencias, una vez al trimestre como mínimo». Este deseo de abrir la institución a la ciudad parece estar produciendo sus frutos, vista la creciente capacidad de convocatoria que ha demostrado últimamente. «Durante el último día de la Subdelegación, el salón principal del edificio se quedó pequeño, así que el próximo año probablemente lo trasladaremos a la planta baja, que es más espaciosa».
La sede de la Subdelegación acoge actualmente una exposición sobre el almirante Blas de Lezo, conocido por dirigir la defensa de Cartagena de Indias durante el asedio británico de 1741. Este inmueble de la Rambla Vella tuvo carácter religioso hasta el año 1822, cuando la desamortización impulsada por Godoy, previa a la de Mendizábal, terminó dedicando este lugar a uso militar.
Antonio Bergoñós vive su segunda etapa en nuestra ciudad. «Yo era Jefe de Estado Mayor de la flotilla de submarinos cuando ascendí a Capitán de Navío. Entonces mi primer destino fue Comandante Naval de Tarragona. Se nos acogió muy bien y pasamos dos años y medio fenomenales. Después me fui otros dos años y medio a Melilla, que es una ciudad muy desconocida, pero en la que también se vive muy bien. Y ahora he vuelto como Subdelegado de Defensa». Son varios los vínculos familiares que le unen a estas tierras. «Yo soy de Cartagena, pero mi tatarabuelo era catalán, de Olot, pero afincado en Sant Feliu de Guíxols. Además, mis dos hijos viven en Cataluña con sus respectivas parejas, uno en Tarragona y otro en Barcelona. De hecho, cuando nos fuimos a Melilla, ellos se quedaron aquí. Entre estos lazos familiares y el fantástico recuerdo que teníamos de nuestra anterior etapa en Tarragona, en cuanto se presentó la posibilidad de volver lo hicimos».
De su trayectoria militar, son varias las operaciones que destaca. «Estuve un tiempo en Nápoles, en el COMSUBSOUTH (Commander Submarines Allied Naval Forces South), donde dirigíamos y coordinábamos los submarinos de la OTAN en el Mediterráneo. Allí compartíamos bunker con la 6ª Flota Americana. También estuve comisionado a Bahrein, en el cuartel general del CMF (Combined Maritime Forces), que era una coalición de veinticuatro países con varias misiones en la región del Golfo Pérsico y el Índico. Precisamente, durante el secuestro de los atuneros Alakrana y Playa de Bakio en Somalia, yo estaba en el CIMIT de Cartagena y servíamos de enlace entre los pesqueros y los buques de la armada para proteger la zona. También estuve en la misión de paz en la guerra de Yugoslavia».
Pese a la evidente relevancia del cargo que ocupa actualmente, el subdelegado de Defensa reconoce cierta nostalgia al recordar la vida en el mar. «El marino lo que quiere es navegar. Y lo echas de menos cuando llega esa fase de la vida en que tienes que dedicarte a trabajo de despacho, sobre todo cuando está muy alejado de la labor operativa. Yo he estado cerca de catorce años en submarinos, y fui el último comandante del submarino Delfín. Tuvimos la suerte de que se salvara del soplete y ahora está como museo en Torrevieja».
La vida en un submarino
Antonio Bergoñós destaca que la vida en un submarino es muy especial y muy intensa. «Piensa que viven más de sesenta personas en noventa metros cuadrados, y las navegaciones son frecuentemente largas. Yo he estado cuarenta y tres días seguidos de inmersión. Los submarinos de la clase Delfín, de diseño francés, no tenían ni ducha. Tuvimos que hacer un invento, llenando de agua dulce un tubo lanzatorpedos, para poder ducharnos con una pequeña bomba. Hay que controlar constantemente los niveles de calidad del aire… Antes llevaban canarios, como en la minas. Nosotros teníamos nuestro canario particular, que era un compañero que se desmayaba en cuanto se superaban determinados niveles. Hay mucha cercanía, mucho compañerismo… Allí todos dependemos de todos. Desde el comandante hasta el último marinero tienen una labor que es muy importante. En un submarino no hay ninguna labor nimia».