Periodista, restaurador y vicepresidente de la Academia de Gastronomía de Tarragona
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Hablar de Sant Carles de la Ràpita (o de la Ràpita) es hablar de la familia de Albert, historia viva del pueblo marinero, ya que se trata de un restaurante de cuatro generaciones, en el que el abuelo regentaba un merendero en la playa de las Delícias, antes conocida como la playa del Isidre en honor a su bisabuelo.
Después de la guerra, el ministro franquista Serrano Sunyer les expropió, abandonando los terrenos en los que la familia había vivido durante tantos años. Con la llegada de los años ochenta Maria Teresa, la madre de Albert decidió volver a su playa y luchó para abrir el restaurante que fue semilla del lugar que visitamos hoy.
Decir que Albert se multiplica como peces y panes es quedarse corto: organiza la cocina y atiende en sala, tomando las comandas y aconsejando con criterio.
Después de escuchar sugerencias y ofrecernos un menú del día por 18 euros, nos decantamos por un menú degustación, que cambia a menudo. El punto de partida lo marcó un langostino envuelto y crujiente; seguido de un takoyaki, un plato nipón que consiste en un buñuelo de pulpo y que Albert coronó con una gamba roja. La cosa se animaba en un plan ‘in crescendo’ con una ostra festival, con media cocción acompañada de jengibre y mango; una combinación de sabores atrevida que sorprende al paladar. Mención especial al ‘timing’ ya que pese a tratarse de un menú de ocho platos en ningún caso tuvimos que esperar entre plato y plato. Continuamos con unas texturas de tomate con sardinas marinadas, un plato fresco y digestivo que nos dio paso al último plato de la colección de entrantes: un royal de boniato con Foie caramelizado y pan de especies.
Y llegó el pescado, una buena porción de rodaballo a la brasa con crema de coliflor y queso de oveja en el que encontramos un ligero gusto ahumado de brasa que liga tan bien con esta especie de pescados grasientos.
Ir al Delta y no comer arroz debería estar perseguido por el Código Penal, cosa que Albert comprende perfectamente, finalizado los platos principales con un arroz de Sa Pineta de la Punxa con cigala. Un arroz meloso elaborado con un fumet casero en el que en cada cucharada degustamos una porción de mar.
En el postre nos sorprendieron con una pasta brick en canela, manzana natural, crema pastelera, helado de vainilla y dulce de leche.
Al igual que no puedo entender a La Ràpita sin Albert Guzmán tampoco se comprende a Albert sin su tierra, sin su gente, sin su pasado. Albert define principalmente su cocina como integradora y sin duda que lo es; te hace partícipe del latido de un pueblo que vive en plena comunión con el mar y con la tierra.