Han pasado dos años del comienzo de la pandemia de la Covid-19. Ahora prevalece la atención y el seguimiento sanitario de las personas que padecen secuelas. ¿Cómo ha evolucionado la hospitalización?
Hace tiempo que sabemos que la Covid ha venido para quedarse. No tiene sentido que los recursos tengan fecha de caducidad; se han de adaptar las estructuras sanitarias a un nuevo perfil de paciente que tendremos siempre, en mayor o menor número en función de la transmisión comunitaria. El Sistema Nacional de Salud ha de tener la capacidad de absorber esta nueva enfermedad sin que esto vaya en detrimento de la asistencia a otras enfermedades no Covid. Aunque en el futuro dispongamos de vacunas que frenen la transmisión, siempre habrá un grupo de pacientes en los que sean menos efectivas (por tener múltiples enfermedades de base o por recibir terapias inmunosupresoras), o bien que no se hayan querido vacunar: estos son los dos perfiles de pacientes que siguen ingresando a día de hoy.
¿Qué peso tiene entre el total de pacientes la Covid persistente?
Los síntomas persistentes tras la Covid son frecuentes, pero generalmente mejoran con el tiempo. A partir de los tres meses hay un 10-15% de personas que aún los perciben en menor o mayor grado, siendo los principales motivos de consulta la intolerancia al esfuerzo físico por cansancio o ahogo, la niebla mental, la cefalea, la alteración del olfato o del gusto y la alteración del ánimo.
Ahora que se conoce la variante que provocó el contagio, ¿hay que presumir que los infectados por ómicron tienen menos síntomas persistentes?
Al producir cuadros menos graves, es esperable que ómicron produzca menos síntomas persistentes, aunque es pronto para tener datos contundentes. De lo que sí hay evidencia científica sólida es que las personas vacunadas tienen menos síntomas persistentes. La vacunación es, sin duda, la mejor estrategia para prevenirlos.
Entrando en un terreno que no es estrictamente posCovid, ¿cómo ve la retirada de mascarillas en el interior?
Estamos en una nueva fase, en la que son las personas especialmente vulnerables las que se han de seguir protegiendo mientras se relajan progresivamente las medidas para el resto. La normalización de la vida cotidiana ha de ir acompañada de una planificación y una inversión en recursos para poder seguir dando respuesta a estas nuevas infecciones en las personas de alto riesgo que ocurrirán tras la retirada de mascarillas en interiores, ya que aumentará la transmisión comunitaria. Ahora disponemos de tratamientos, que previenen la infección o su evolución a enfermedad grave, indicados precisamente para aquellas personas que no han desarrollado anticuerpos con la vacunación por tener enfermedades debilitantes o por recibir terapias inmunosupresoras. Pero llegan en cuenta gotas y su prescripción ha recaído fundamentalmente en atención primaria. Con los conocimientos y las herramientas de las que disponemos ahora, prevenir la hospitalización de las personas de alto riesgo y no tener que volver a medidas de contención para toda la población requiere de una inversión en estas estrategias, no sólo disponiendo ampliamente de estos fármacos; también dotando de recursos a las especialidades que se han de encargar de su implementación, ya que no es sencillo.
Hemos visto incluso a expertos o científicos cuestionando ciertas medidas. El impacto que tienen estas afirmaciones cuando provienen de profesionales es muy importante y en la práctica, involuntariamente, desconciertan o incluso alientan el negacionismo.
La última palabra en las decisiones que se han tomado a lo largo de la pandemia la han tenido los políticos, y no siempre se ha ido a la par con respecto a las recomendaciones de las autoridades sanitarias ya que hay otros factores, como los económicos o sociales, que también han tenido mucho peso en la toma de decisiones. Durante la pandemia ha tenido protagonismo también la opinión individual de determinados ‘referentes’ muchas veces no avalada por la evidencia científica, y con un gran difusión gracias a las redes. En la era digital, el problema de la desinformación es tan acuciante que la OMS lo considera una de las principales amenazas para la salud pública. En este sentido, lo que deteriora más la confianza institucional es que una persona referente en el ámbito de la salud exprese sus dudas fuera de un entorno científico. Un profesional ha de separar sus convicciones más íntimas de la praxis, ya que se está expresando haciendo uso de su figura como profesional referente, no como individuo, y en un momento en el que la población ha buscado a los sanitarios como fuente verídica, ciertas declaraciones alientan el negacionismo o incrementan las dudas hacia estrategias claramente exitosas, como ha sido la vacunación.
¿Se han encontrado formas de atenuar el desgaste en la salud mental en los profesionales sanitarios? ¿Las autoridades han tomado medidas efectivas en ese sentido, como por ejemplo incorporaciones de personal?
El personal sanitario sufre el desgaste propio de cualquier profesional que ve su actividad multiplicada sin percibir un aumento en los recursos (falta de personal y de presupuestos, contratos temporales y de baja calidad, que no atraen tampoco a profesionales). Esto desalienta a los trabajadores, que han estado ahí cuando era lo que había que hacer, pero que no entienden que dos años más tarde no se esté dotando de las infraestructuras sanitarias necesarias para integrar la patología Covid (tanto aguda como posaguda) dentro del sistema sanitario. Es el déficit crónico de recursos lo que está desgastando a los trabajadores, que ven cómo hasta ahora se han tomado medidas de mínimos y con fecha de finalización, y el peso de esta nueva patología ha recaído sobre un sistema que estaba ya infradotado.
Han pasado dos años del comienzo de la pandemia de la Covid-19. Ahora prevalece la atención y el seguimiento sanitario de las personas que padecen secuelas. ¿Cómo ha evolucionado la hospitalización?
Hace tiempo que sabemos que la Covid ha venido para quedarse. No tiene sentido que los recursos tengan fecha de caducidad; se han de adaptar las estructuras sanitarias a un nuevo perfil de paciente que tendremos siempre, en mayor o menor número en función de la transmisión comunitaria. El Sistema Nacional de Salud ha de tener la capacidad de absorber esta nueva enfermedad sin que esto vaya en detrimento de la asistencia a otras enfermedades no Covid. Aunque en el futuro dispongamos de vacunas que frenen la transmisión, siempre habrá un grupo de pacientes en los que sean menos efectivas (por tener múltiples enfermedades de base o por recibir terapias inmunosupresoras), o bien que no se hayan querido vacunar: estos son los dos perfiles de pacientes que siguen ingresando a día de hoy.
¿Qué peso tiene entre el total de pacientes la Covid persistente?
Los síntomas persistentes tras la Covid son frecuentes, pero generalmente mejoran con el tiempo. A partir de los tres meses hay un 10-15% de personas que aún los perciben en menor o mayor grado, siendo los principales motivos de consulta la intolerancia al esfuerzo físico por cansancio o ahogo, la niebla mental, la cefalea, la alteración del olfato o del gusto y la alteración del ánimo.
Ahora que se conoce la variante que provocó el contagio, ¿hay que presumir que los infectados por ómicron tienen menos síntomas persistentes?
Al producir cuadros menos graves, es esperable que ómicron produzca menos síntomas persistentes, aunque es pronto para tener datos contundentes. De lo que sí hay evidencia científica sólida es que las personas vacunadas tienen menos síntomas persistentes. La vacunación es, sin duda, la mejor estrategia para prevenirlos.
Entrando en un terreno que no es estrictamente posCovid, ¿cómo ve la retirada de mascarillas en el interior?
Estamos en una nueva fase, en la que son las personas especialmente vulnerables las que se han de seguir protegiendo mientras se relajan progresivamente las medidas para el resto. La normalización de la vida cotidiana ha de ir acompañada de una planificación y una inversión en recursos para poder seguir dando respuesta a estas nuevas infecciones en las personas de alto riesgo que ocurrirán tras la retirada de mascarillas en interiores, ya que aumentará la transmisión comunitaria. Ahora disponemos de tratamientos, que previenen la infección o su evolución a enfermedad grave, indicados precisamente para aquellas personas que no han desarrollado anticuerpos con la vacunación por tener enfermedades debilitantes o por recibir terapias inmunosupresoras. Pero llegan en cuenta gotas y su prescripción ha recaído fundamentalmente en atención primaria. Con los conocimientos y las herramientas de las que disponemos ahora, prevenir la hospitalización de las personas de alto riesgo y no tener que volver a medidas de contención para toda la población requiere de una inversión en estas estrategias, no sólo disponiendo ampliamente de estos fármacos; también dotando de recursos a las especialidades que se han de encargar de su implementación, ya que no es sencillo.
Hemos visto incluso a expertos o científicos cuestionando ciertas medidas. El impacto que tienen estas afirmaciones cuando provienen de profesionales es muy importante y en la práctica, involuntariamente, desconciertan o incluso alientan el negacionismo.
La última palabra en las decisiones que se han tomado a lo largo de la pandemia la han tenido los políticos, y no siempre se ha ido a la par con respecto a las recomendaciones de las autoridades sanitarias ya que hay otros factores, como los económicos o sociales, que también han tenido mucho peso en la toma de decisiones. Durante la pandemia ha tenido protagonismo también la opinión individual de determinados ‘referentes’ muchas veces no avalada por la evidencia científica, y con un gran difusión gracias a las redes. En la era digital, el problema de la desinformación es tan acuciante que la OMS lo considera una de las principales amenazas para la salud pública. En este sentido, lo que deteriora más la confianza institucional es que una persona referente en el ámbito de la salud exprese sus dudas fuera de un entorno científico. Un profesional ha de separar sus convicciones más íntimas de la praxis, ya que se está expresando haciendo uso de su figura como profesional referente, no como individuo, y en un momento en el que la población ha buscado a los sanitarios como fuente verídica, ciertas declaraciones alientan el negacionismo o incrementan las dudas hacia estrategias claramente exitosas, como ha sido la vacunación.
¿Se han encontrado formas de atenuar el desgaste en la salud mental en los profesionales sanitarios? ¿Las autoridades han tomado medidas efectivas en ese sentido, como por ejemplo incorporaciones de personal?
El personal sanitario sufre el desgaste propio de cualquier profesional que ve su actividad multiplicada sin percibir un aumento en los recursos (falta de personal y de presupuestos, contratos temporales y de baja calidad, que no atraen tampoco a profesionales). Esto desalienta a los trabajadores, que han estado ahí cuando era lo que había que hacer, pero que no entienden que dos años más tarde no se esté dotando de las infraestructuras sanitarias necesarias para integrar la patología Covid (tanto aguda como posaguda) dentro del sistema sanitario. Es el déficit crónico de recursos lo que está desgastando a los trabajadores, que ven cómo hasta ahora se han tomado medidas de mínimos y con fecha de finalización, y el peso de esta nueva patología ha recaído sobre un sistema que estaba ya infradotado.