Hace tres años que diversos viajeros y escritores de literatura sobre viajes tienen una tradición. Reunirse en la estatua dedicada a Joaquín Gatell en el núcleo histórico de Altafulla y hacerse todos juntos una fotografía. No siempre son los mismos, algunos repiten, otros son nuevos, algunos interrumpen sus periplos por el mundo para venir a esta cita ineludible y otros se desplazan desde otros lugares de España con el mismo fin. El ritual exige leer la poesía del mismo Gatell, escrita en un lado de la estatua, un poco carca, quizás infantil, pero en el fondo atrayente. Seguro que muchos viandantes pasan sin más por el busto.
Casi nadie conoce a Gatell, ni siquiera en su pueblo natal, aunque se ha escrito algún libro sobre él. Fue uno de tantos viajeros del XIX que salieron de nuestras tierras para conocer el mundo, en su caso el norte de África. Formaba parte de una triada de viajeros del mismo tipo, quizás el más conocido de ellos fue Alí Bey. Muchos como el judío Vámbéry, que viajó por Asia Central, eran espías de sus gobiernos. Muchos, como Gatell o el poeta Rimbaud, murieron jóvenes con una idea: volver a viajar.
Este año debajo de la estatua se congregaron para la fotografía de rigor nuevos adoradores. András Rubio, autor de un libro sobre la especulación inmobiliaria (España fea); Suso Mourelo, que vive gran parte del año en Tokio, escritor de numerosas novelas sobre Oriente Lejano, pero que ahora se interesa sobre algo tan terrible y tan desconocido como el silencio. Coincido con él que el silencio es una forma de expresión de rebeldía, posiblemente la más rotunda de todas. El escritor Antonio Picazo se interesa por el silencio entre los monjes. El filósofo Enrique Gómez León aprovecha para dialogar sobre el movimiento y la visión del viaje por los griegos, la eterna lucha entre Parménides y Heráclito. Óscar Cadiach ejemplifica el movimiento en un épico viaje de siete jóvenes hace cincuenta años por el África Central hasta llegar al Kilimanjaro. El fotógrafo Román Heréter prefiere preguntar a la inteligencia artificial sobre el sentido del viaje en el mundo actual.
Un nuevo visitante es un periodista vasco, Roge Blasco, que ha entrevistado a la mayoría de los viajeros españoles durante cuarenta años en la radio. Lo curioso es que de muchos sólo tiene la voz y aprovecha estos días para conocer después de muchos años al entrevistado. ¿Le sorprenderá el personaje al verlo de carne y hueso? Otro nuevo es Jordi Esteva, fotógrafo, cineasta y escritor de impresionantes libros, mezcla de todos los géneros, y a su vez, un género nuevo.
Este año el grupo ha decidido entregar un premio (que lleva el nombre de Gatell) a un cronista de la actualidad. Se trata de Tomás Alcoverro, corresponsal de La Vanguardia en Oriente Medio durante más de treinta años, con residencia en Beirut. Se lo entrega otra corresponsal, en este caso de televisión, amiga suya, la doctora Rosa María Calaf. El premio es una simple acuarela de la estatua.
Por la noche Esteva, Alcoverro, Heréter, Agustín Chaler (uno de los pocos viajeros actuales a la antigua usanza) comienzan una conversación que dura horas y horas, hasta el amanecer. Hay algo de realidad y de fantasía en las historias que se cuentan, a la manera de un café de El Cairo, en el que Jordi Esteva vivió y trabajó durante cinco años. Estoy seguro de que el quinto personaje de esta improvisada tertulia era Joaquín Gatell.