Una reciente entrevista que Carlos Alsina le hizo a Pedro Sánchez ha causado cierto revuelo por, entre otros motivos, comenzar con una pregunta del periodista al político en la que se le interrogaba acerca de «¿Por qué nos ha mentido tanto, señor Presidente?».
La respuesta (sin parpadear) del interpelado fue «Dígame usted en qué», a lo que Alsina respondió con «Tengo una lista larga», que, a continuación, enumeró. No pocos han considerado que la pregunta no fue adecuada, que fue ofensiva por consistir en lo que se entendió como un insulto (mentiroso) y que, además, demostró el distinto trato que, en ese programa de radio, se da a los políticos del PSOE respecto de los del PP, a los que, según se sostiene por los críticos, se suele tratar mucho mejor.
Yo escuché la entrevista en directo. Acostumbro a escuchar a Alsina y, sabiendo que la entrevista al Presidente del Gobierno rompía años de rechazo presidencial a ser interrogado en ese programa, estuve muy atento a todo el intercambio dialéctico.
He de reconocer que, cuando escuché la famosa pregunta, se me dibujó una sonrisa en los labios a la que acompañó un exabrupto pronunciado entre dientes y una inmediata elevación de cejas. La reacción, supongo que normal, de alguien que espera un buen combate de boxeo y lo primero que ve, apenas golpeada la campana, es un directo a la mandíbula.
La entrevista en su conjunto me pareció fascinante. Digna de ser escuchada varias veces. Primero, por la sangre fría del entrevistador, capaz de decirle cosas incómodas a un señor que no deja de ser la manifestación física del poder político de tu país.
Segundo, por las reacciones del Presidente del Gobierno o, mejor dicho, la falta de reacciones, porque a quien yo en mi primer artículo en este diario califiqué de esfinge, empieza a ser necesario darle ya otro apodo que, más que con lejanos desiertos, lo emparente con gélidos parajes. Se tomó tan en serio las comparaciones con Superman, que decidió refugiarse en una guarida de hielo que se apoderó de su expresividad.
¿Estuvo mal la pregunta de Alsina? No, no lo estuvo. Para nada. De ningún modo. No voy a posar de profesor de Derecho Constitucional para explicar cuáles son las libertades que asisten a los periodistas en el ejercicio de sus funciones, pero sí me van a permitir que pose de ciudadano consternado ante las reacciones de tantos que, en nombre de la buena educación y del respeto a las autoridades, han criticado vehementemente la famosa pregunta.
¿En qué creen todos aquellos que critican la entrevista que consiste la democracia? ¿En que gobiernen aquellos elegidos por los ciudadanos? Sin duda, ese es un elemento de la democracia. Pero tan importante (o más) que ese lo son el Estado de Derecho, la Separación de Poderes, la garantía de los derechos individuales o el pluralismo. Pluralismo que no puede disfrutarse en plenitud si no hay una prensa libre, valiente y rebelde. Una prensa capaz de decir lo que incomoda y de preguntar lo que molesta. La democracia le debe mucho más a los periodistas maleducados (suponiendo que lo fuesen) que al respeto a los gobernantes.
Los gobernantes no son nuestros jefes. Son nuestros empleados. Ese pequeño detalle diferencia una democracia de una tiranía. Y a los empleados, si hacen mal su trabajo, se les puede criticar. Y a los empleados, si mienten, se les puede reconvenir. Y a los empleados, si fracasan, se les puede despedir.
Me gustaría saber cuántos de los que han criticado la pregunta de marras se sienten realmente ofendidos por la pregunta, o por a quién se dirigió la pregunta. Uno puede tratar de tomar el pelo a los otros, pero nadie debe pecar de tanta necedad como para dejarse tomar el pelo por uno mismo.
Quizá la pregunta fue impertinente. Quizá pudo haberse formulado de otro modo. Quizá no debió hacerse a bocajarro en un probable intento por desconcertar al entrevistado. Pero, ¿saben qué? Si fue impertinente, bendita impertinencia.
Es deber de todo periodista ser impertinente con los poderosos. Molestar a los gobernantes. Incomodar a quienes ejercen, en representación de los ciudadanos, cuotas de poder. Y no, no se puede tratar del mismo modo a quien ejerce poder, que a quien se postula a ejercerlo. Del mismo modo que no se puede ser tan exigente con quien tiene un mandato que con quien desea recibirlo, pero aún no lo tiene. Tanto poder, tanta exigencia.
Allí donde se calla a los periodistas, la democracia cae. Allí donde se prohíbe hablar de según qué cosas, la democracia cae. Allí donde el supuesto decoro esconde censura, la democracia cae. ¡Viva la impertinencia! ¡Viva la mala educación! ¡Viva ser grosero y ofensivo con el poder! ¡Viva la libertad de expresión y húndase el mundo!