Son las MCWOACA (middle-class woman of a certain age) o algo así como mujeres de cierta edad de clase media. Y empezaron a organizarse cuando en un programa televisivo del Master Chef británico el presentador comenzó a realizar comentarios sexistas.
Se multiplicaron las quejas en las redes y los mails a los directivos de la BBC a los que el citado presentador respondió con una disculpa si había ofendido «a ese grupo de señoras de cierta edad» que se quejaban de él.
Hoy se han impreso camisetas con el acrónimo MCWOACA que llevan grupos de señoras orgullosas de sentirse «de cierta edad» y que se autodefinen como «menopáusicas estupendas». Se han organizado en grupos de resistencia cultural que proclaman su orgullo antiedadista en clubs de lectura y conversación donde los hombres son bienvenidos, pero no necesitados.
La historia me ha llamado la atención, porque estamos en un país donde ese grupo de edad –la media en España es de 47 años– es el más numeroso. Y dentro de él lo son más las mujeres. Y admiro su reacción de agruparse y resistir.
Creo que los hombres pitopáusicos de cierta edad deberíamos también reunirnos para simplemente conversar y tal vez leer y comentarlo juntos. Porque no es bastante ni para ellas ni para nosotros con tratar de combatir los años con dinero. No es suficiente con hacer cola en los tratamientos –por Dios, son innumerables y todos carísimos– de rejuvenecimiento en los innumerables chiringuitos al efecto que aparecen como setas en las esquinas donde hubo bares de copas.
La mejor poción mágica contra las arrugas es una buena compañía que aprecie tus opiniones y haga el esfuerzo de contrastarlas con las suyas. Y las chicas de MCWOACA aciertan al agruparse y compartirlas.
En ese punto, los señores de clase media de una cierta edad (LSCMCE) –o mejor dejémoslo en maduritos– deberíamos mirar a nuestros mayores –los hubo más aún– y recuperar la bendita institución de las tertulias. Recuerdo acompañar a mi padre a la del casino de Tarragona o a la de algunos bares de la Rambla; o se llamaban, mejor, cafeterías, en las que se citaban pintores, periodistas, escritores, artistas y universitarios para hablar (escuchar era un arte menos habitual, pero se intentaba aparentarlo).
Las mesas del Moto eran otro festival de charla y convivencia para todas las edades. Te quedabas simplemente allí con una sola consumición para desespero de los camareros e ibas cambiando «cromos», charlas y risas con los conocidos –¿quién no es un conocido en Tarragona?– con una fluidez y alegría que jamás he encontrado en otra ciudad. Es lo que más eché de menos cuando tuve que irme.
Ahora paso por esas mesas y otras parecidas en otras ciudades y veo a mucha gente, demasiada, mirando en solitario las pantallas de sus móviles. Las chicas de MCWOACA los tienen prohibidos en sus reuniones y nosotros deberíamos a dejarlos en el bolsillo o en el bolso cuando tenemos una persona de verdad delante a la que hablar o, sobre todo, escuchar.
Y la voz colectiva de las mujeres «de cierta edad» es poderosa, profunda y sonora. Son una tribu envidiable de la que los hombres podemos aprender mucho. Son capaces, por ejemplo, de hablarse y escucharse casi al mismo tiempo mientras nosotros, como buenos primates, intentamos simular que estamos pendientes de las palabras del otro respetando una cierta jerarquía y emitiendo sonidos guturales.
Solo tenemos una ventaja y es que las estadísticas demuestran que en Insta y las demás redes sociales somos menos y entramos menos veces. Chicas del MCWOACA: este es vuestro reto para el año próximo.
Lluís Amiguet es autor y cocreador de ‘La Contra’ de ‘La Vanguardia’ desde que se creó en enero de 1998. Comenzó a ejercer como periodista en el ‘Diari’ y en Ser Tarragona. Su último libro es ‘Homo rebellis: Claves de la ciencia para la aventura de la vida’.