La peor pesadilla que no deja dormir al ‘Doctor Doom’, el apodo por el que llaman a Nouriel Roubini, prestigioso economista de la Universidad de Nueva York capaz de anticipar la recesión de 2008, es la vejez. A sus 59 años, no tiene miedo a hacerse mayor. No es eso. Lo que le causa angustia es la bomba demográfica que va a estallar en países prósperos como el nuestro, es decir, cómo vamos a digerir un cóctel que mezcla baja natalidad y alta esperanza de vida.
El ‘Doctor Doom’ publicó a principios de año, tal y como recogió en una excelente entrevista Lluis Amiguet –experto en contraportadas, tanto en La Vanguardia como en este Diari– su libro Megamenazas. La mayor preocupación de Roubini –por encima del cambio climático o las fuertes tensiones geopolíticas– nace de la evidencia de que en un futuro cercano vamos a vivir 120 años. La pregunta que se hace no tiene desperdicio: ¿quién va a pagar la fiesta de nuestra dependencia?
«Vivir hasta los 120 años sin depender de otros –explica el brillante ensayista– requiere mantener un intelecto en forma, y la medicina moderna puede garantizar más la duración de la vida que su calidad, incluyendo la de nuestras facultades mentales». No hace falta viajar hasta Estados Unidos para comprobar que la sombra de esa gran amenaza, que pone el dedo en la llaga al fijar el foco en el coste de una buena asistencia a los mayores, lleva tiempo oscureciendo nuestro entorno cercano.
La Plataforma de Mayores y Pensionistas (PMP) lleva años clamando en el desierto. Esta semana ha vuelto a solicitar en Madrid un Plan Estatal de Sanidad específico para la tercera edad, que incluya un pacto entre el Ministerio y las Autonomías para adaptar la atención sanitaria al envejecimiento de la población. Están sobre la mesa cuestiones clave como la atención domiciliaria, la coordinación sanitaria en las residencias o un código de buenas prácticas en el diagnóstico y tratamiento de dolencias asociadas a la vejez.
Preocupa la atención primaria –tal y como recogía el Diari el pasado martes en un amplio reportaje–, que está en cuidados intensivos: en general, es el aspecto peor puntuado, y la cuestión empeora dramáticamente cuando el paciente supera los 75 años. En ocasiones da la sensación de que el sistema ya diera por amortizada a la persona.
Carne de cañón, aunque suene fuerte. Seguro que les ha tocado de cerca algún desastre vivido por familiares o amigos que padecen los dolores musculares o articulares propios del desgaste de los años. Sobre las listas de espera, en todo lo que no sean operaciones con riesgo vital, prefiero no gastar más tinta.
Muchos de ellos han cotizado toda una vida, pero se encuentran con un modelo sanitario incapaz de dar una respuesta adecuada al reto de la longevidad. El modelo de cobertura sanitaria universal, igual para todos los ciudadanos, ya no se puede considerar como tal.
A día de hoy las diferencias socioeconómicas marcan la calidad de la asistencia. Es más, se diría que conviven tres ‘sanidades’: la pública, la de quienes pueden pagarse una mutua –también con trato diferencial según el rango ‘premium’ de la póliza–, y la de los vips que sacan la billetera para pruebas, tratamientos y operaciones en las mejores clínicas privadas. Para estos últimos, las listas de espera se miden en horas, no en años.
Nadie puede negar la necesidad de una profunda transformación del sistema sanitario para adaptarlo a una sociedad más longeva. Volviendo al ‘Doctor Doom’, la prioridad no está en ya garantizar más tiempo, sino más calidad de vida. Tampoco sirve lo de aparcar a los abuelos en una residencia. Para esta gran revolución que nos viene se requieren enormes inversiones en un modelo personalizado de cuidados de larga duración, más centrado en el domicilio y la comunidad.
Así como en otras cuestiones capitales nuestro territorio tiene poco o nada que decir, creo que en este caso Tarragona sí posee una voz potente digna de ser escuchada.
Muy pocas ciudades acumulan más de 850 años de experiencia en la atención sanitaria y social de las personas: la Xarxa Santa Tecla es una rara avis capacitada para guiar este proceso.
Con una plantilla estable de más de 2.700 personas, es el segundo mayor empleador de la provincia después de PortAventura. Maneja más de 215 millones de euros de presupuesto, y es una de las agrupaciones asistenciales más importantes de España con cerca de 50 centros repartidos por las comarcas del Tarragonès y Baix Penedès.
Su director general, Joan Maria Adserà, y su mano derecha, Joan Aregio, poseen la visión necesaria para pilotar experiencias pioneras en Tarragona, a la vanguardia de una nueva forma de encarar la vejez. Hace aproximadamente un año, Adserà me explicaba en una larga entrevista que su mayor desafío consiste en afrontar un envejecimiento digno y «abordar la eclosión de un gran grupo de personas mayores vulnerables, con distintos grados de dependencia y problemas de salud crónicos».
«Si uno está bien, tiene la cobertura de una pensión... Cuando no lo estás, te ayudo a través de otros sistemas más adecuados. Existe un escalado, con sus complejidades, hasta el gran deterioro. Queremos ser punteros y vanguardia en este servicio. Tenemos ese conocimiento y queremos ponerlo allí donde se necesite».
Tarragona tiene, por tanto, el conocimiento, y también un clima idóneo. Hay compañeros de viaje tan interesantes como la URV o el Grupo Mimara, con Miguel Márquez a la cabeza, que gestiona desde aquí más de 800 plazas geriátricas en toda España, y proyectos tan innovadores como el que desarrolla con Avintia en Móstoles, que funde un concepto residencial de servicios avanzados, un centro de día, y un edificio anexo en alquiler para rentas protegidas, con la intención de promover el contacto intergeneracional. ¿Y los espacios?
Les dejo una idea: quizá se podría dejar de marear la perdiz con la Savinosa –ahora destinada a un ‘hub’ cultural que no se hará–, y promover un ‘hub’ geriátrico, con inversión público-privada, al que se podrían unir espacios de la Residencial con un proyecto propio, y no impuesto desde las sobras de Barcelona.
«Sólo a fuerza de favores se conquista a los espíritus mezquinos, a los corazones generosos se les gana con el afecto».