La primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, compareció hace unos días ante los medios y la opinión pública para dar diversos titulares que resultaron a cada cual más pintoresco. Que un político, aunque sea ajeno, tenga los arrestos de dimitir, y además añada que dicha decisión se la han dictado su cabeza y su corazón, hace soñar con los propios poniendo sus barbas en remojo. Sabemos que las utopías existen para consolar el corazón del hombre, y en concreto esta parecía que solo sucedía extramuros. Hasta ahora.
En un alarde de sus capacidades como visionario, Abraham Lincoln dijo que no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo. Y de esa máxima nos hemos acordado algunos después de que la prensa regional desvelara el caso de los famosos trenes que no caben por los túneles de Asturias y Cantabria. Tras varias semanas de esconderse debajo de las piedras, el presidente de Renfe y la que lo era entonces de Adif han presentado sendas renuncias. No estaría nada mal que cundiese más el ejemplo, pero es mucho pedir apremio y dignidad a gentes acostumbradas no a pasar del prójimo, sino a la impunidad de complicarle la vida.
La indiferencia sería una liberación ante los líos en que meten a sus conciudadanos numerosos representantes de escasa altura. Muchos gobernantes se esfuerzan en aligerar las arcas y la paciencia colectiva como si no fuesen ellos el lastre de sus sociedades. No se dan por aludidos o hacen como el avestruz y al final se van a su casa del rey abajo, ninguno, como dejó dicho el dramaturgo Rojas Zorrilla. En pleno Siglo de Oro se estilaba que todo quedase en familia y hoy, más de trescientos años después, todavía sorprende que estos castillos de naipes se caigan por algún lado.
Si bien Escocia no es el único sitio donde pasa, sí será uno de los pocos donde se abandona el endiosamiento para conceder declaraciones. «Soy un ser humano, además de una política», ha sido la otra frase chocante de Sturgeon, no sabemos si repentino golpe de lucidez o juego de despiste. Aquí ya no distinguimos entre si hay explicaciones o no, porque en caso afirmativo encima resultan incompletas o falsas y, para colmo, tenemos que dar las gracias.
Stendhal decía que un personaje tenía «sentimientos españoles» cuando en su alma moraban el honor o el heroísmo, y para evitar decepcionarse tuvo la prevención de nacer hace dos siglos. Sí tiene plena vigencia su pensamiento de que vivíamos en las nubes, que es lo que continuamos haciendo mientras los políticos manejan a su antojo el dinero de nuestros impuestos.
Por todo esto recibimos con extrañeza las dimisiones en sí mismas, como pasa con las de los trenes, pero también la de un consejero del Banco de España, asunto que ha pasado muy de puntillas. Tanto, que no sabemos si quien se quita del medio lo hace por tener cuentas pendientes o por no acabar teniéndolas. Pero la política es tentadora y a quienes les toca acaban saltando al terreno en cualquier momento, así que las renuncias de estos días las damos por buenas y por compensatorias. Seguramente se quedarán cortas.