El Sol volvió a regalarnos un leve parpadeo y se quedó quieto, esperando. Su función terminó y, de inmediato, comenzó otra. Sin apenas darnos cuenta, ha pasado un año, y estamos otra vez en el mismo punto: felicitando el futuro mientras olvidamos el pasado. Este juego de la oca en bucle es como la noria con el burro, como el bolero de Ravel.
El Sol se ha movido, la Tierra se ha movido, el universo se ha movido, pero todos seguimos en la misma casilla de salida, agitando el cubilete. Por el camino, entre tanto, ¿nos habremos perdido el viaje? Algunos dicen que los peores días del año son los que van desde Navidad hasta el día 31. Son días perdidos en digestiones, días melancólicos disimulando. Es un estado de ánimo que si puedes evitar viajando, mejor.
Tengo un amigo que buscaba cada año el lugar menos navideño posible para huir de ese estado anímico, hasta que tiró la toalla. «Ni en Kabul, he escapado a la tristeza de estos días». Hay alternativas más económicas. Una buena serie de TV, o una muy mala. Caminar mucho. Otra es tomar un tren en Portugal y dejarlo en Singapur. Son 21 días, más de 20.000 kilómetros y cruzas 13 países. El trayecto más largo es el que va de París a Moscú. Una opción. La otra es esperar, porque también pasan los días tristes. Tienen 24 horas. Las mismas que los días alegres.