Cerca de un mes ha pasado ya desde que viera la luz el polémico ‘informe McLaren’. Parecía esos días que la sombra más oscura del deporte iba a conseguir empanar con su fetidez el momento más anhelado por los que llevamos la palabra deporte en el ADN. Rayando ya el ecuador de estos Juegos Olímpicos y con las aguas aparentemente más tranquilas está a punto de comenzar el piragüismo en la modalidad de pista, uno de los deportes peor parados del mencionado documento.
No fueron precisamente pocos los rusos que vieron su nombre apuntado por un foco más fuerte que cualquiera de los que brillaran en la inauguración del estadio de Maracaná la pasada semana; nada menos que veintisiete. Algunos de estos nombres, siempre pocos para la magnitud de la gravedad de lo que se les acusa, no estarán representado a un país que, según muchos, espera a la guillotina tras estos Juegos. El dopaje de Estado del que se acusa a Rusia lanza a muchos de sus ídolos a la palestra, entre ellos a deportistas con serias opciones de medalla que ahora sólo relacionamos con la palabra más negativa en el lenguaje deportivo: positivo.
Pero lo más triste parece que el de Rusia no sea un caso aislado. Parte del equipo vecino, el bielorruso, y el equipo rumano en su totalidad tampoco se codearán con los deportistas limpios que sí lucharán en igualdad de condiciones a partir de hoy en lago Rodrigo Freitas. La delegación española sí estará allí y aunque echaremos de menos la presencia de la leyenda David Cal, contará tanto con nombres veteranos, como Teresa Portela o Saúl Craviotto; o nuevos, como Marcus Cooper, para igualar o superar la ya buena cosecha de preseas y diplomas conseguida hace cuatro años en la inglesa Eton Dorney.
Parece que la sensatez empieza a ser patente a través de estas rígidas medidas que persiguen la tolerancia cero a lo antideportivo que, por otra parte, debiera ser siempre una premisa innegociable en cualquier competición.
