El socialista Salvador Illa fue el gran vencedor de las elecciones catalanas celebradas ayer, aunque, como ya le sucedió hace tres años, eso no garantiza al 100% su asiento en la presidencia de la Generalitat.
Con 42 escaños en el Parlament, nueve más que en los últimos comicios, es el único candidato con posibilidades reales de presidir el Govern, toda vez que no hay mayoría viable que no pase por su figura. Podría gobernar con Junts, segunda fuerza, o con una gran coalición, como la que mantiene a Pedro Sánchez en la Moncloa, con un tripartito de izquierdas con ERC y los Comunes, o incluso hacerlo en minoría con apoyos puntuales.
No hay muchas opciones más. El hundimiento de Esquerra, que pierde trece parlamentarios, hace inviable la reedición de una mayoría independentista. Y es que si el PSC fue el ganador de la noche electoral, los republicanos fueron los grandes perdedores, volviendo a los escaños que tenían en los tiempos anteriores al procés.
Mejor le fue al Junts de Puigdemont, que se recuperó como primera fuerza soberanista, si bien sus 35 parlamentarios están muy lejos de los más de 50 con que acostumbraba a contar CiU antes de su escoramiento hacia posiciones independentistas.
No fue, pues, un buen resultado para las posiciones soberanistas, que por primera vez desde el procés quedan lejos de sumar una mayoría. Más satisfecho se encontraba Alejandro Fernández, que ha conseguido sacar al PP del ostracismo en que se había sumido en los últimos años y pasó de tres a 15 parlamentarios.
La otra gran noticia de la noche fue la desaparición de Ciutadans en el lugar que le vio nacer, en lo que fue la crónica de una muerte anunciada. Sea como fuere, lo cierto es que la jornada electoral deja un escenario muy complicado, aunque cabe apelar a la responsabilidad de los representantes de los diferentes partidos para que no haya una repetición electoral.
Catalunya no se la merece. Necesita estabilidad para afrontar los trascendentales y complicados retos que se le vienen encima.