El tramo ferroviario que une las ciudades de Tarragona y Barcelona es el que más viajeros mueve de todo el Estado, no en vano cerca de un millón de personas utilizan al cabo del año este medio de transporte para desplazarse a la Ciudad Condal, bien para trabajar, para estudiar o, simplemente, para pasear.
Y todo eso, pese a los testimonios y las imágenes que toman los usuarios del tren entre Tarragona y Barcelona, que hablan de condiciones de viaje impropias de un servicio del siglo XXI: pocas frecuencias, impuntualidad, averías frecuentes, vagones envejecidos e incómodos, convoyes llenos, hasta el punto de que son muchos los viajeros que realizan todo el trayecto de pie o sentados en el suelo...
Se trata de una cifra de usuarios que ha crecido en los últimos tiempos, en parte por la práctica gratuidad del servicio gracias a las ayudas gubernamentales, en parte por la situación de colapso que padece la autopista AP-7 desde la supresión de los peajes, en parte también por las restricciones que pone Barcelona a la entrada en la ciudad de ciertos vehículos más contaminantes, lo que ha empujado a más gente al tren, un medio, además, sostenible en términos medioambientales.
Pero no es de recibo que la línea con más usuarios sea también la más desatendida. No es de recibo, por el agravio comparativo que supone, que los trenes más nuevos circulen en otros tramos –Barcelona - Girona, por ejemplo– con mucha menos afluencia y demanda de viajeros.
No es de recibo que los vagones que circulan por Tarragona tengan más de treinta años de antigüedad. No es de recibo, en definitiva, que los usuarios del tren de Tarragona reciban semejante trato.
Los responsables de este servicio deben garantizar un viaje en condiciones dignas, ampliando las frecuencias y el tamaño de los convoyes si es necesario para absorber la cantidad de viajeros y renovando la flota de trenes para ganar en confort y comodidad. Asimismo, los tarraconenses tenemos el deber y la obligación de exigirlo.