No sabemos hasta qué punto el Molt Honorable President de la Generalitat, Salvador Illa, conoce la idiosincracia de Tarragona. Ese disgusto histórico que se arrastra desde hace décadas. Esa sensación de patito feo de Catalunya, de abandono, de maltrato. Sensación que se basa en una realidad objetiva, pero que se se incrementa con el paso del tiempo como sólo los prejuicios lo saben hacer. Esa incredulidad crónica que hace que a cada anuncio se le responda con muecas, suspiros e indiferencia. La noticia sobre las inversiones en la Tabacalera no se la cree nadie. Ese es el reto que tiene el alcalde Ruben Viñuales: vencer a la incredulidad sistémica de Tarragona.
El anuncio del compromiso formal -es decir- real, que la Generalitat de Catalunya decide el traslado del ICAT (Institut de Catalunya d’Arqueologia Clàssica) desde la Plaça del Forum hasta el almacen 6 de la Tabacalera, es, sencillamente, una revolución. Concretar un proyecto en Tarragona es revolucionario. Que se cumpla una promesa en Tarragona es revolucionario. Esta decisión debería poner en marcha la dinámica necesaria para que la Tabacalera deje de ser uno de esos proyectos que duelen en alma, para pasar a ser una realidad. Que permita la realización de uno de los proyectos más emblemáticos que Tarragona tiene en la lista de pendientes. Le siguen la Savinosa y el Banco de España (pero la lista es larga). El alcalde sabe que lucha contra los molinos de viento de la decepción tras años y años de promesas incumplidas. Lo sabe porque seguramente también las ha vivido. Por ello que se cumpla este primer paso, es algo histórico. Para otras ciudades que los proyectos se lleven a cabo, será una rutina (y en el Camp de Tarragona y Terres de l’Ebre tenemos afortunadamente buenas pruebas de ello), pero para la ciudad de Tarragona es una revolución. Por eso nos preguntamos si el president Illa sabe bien lo que hizo apoyando la propuesta del alcade Viñuales. Si la Tabacalera se pone en marcha ( y ahora el condicional es pura concesión literaria) se pone en marcha una nueva Tarragona en la que el río debería ejercer de nueva centralidad. Creemos que cuando hay una buena noticia hay que celebrarlo. Pero estaremos muy atentos al cumplimiento de lo pactado. Porque esta vez no hay margen para el error.