La tormenta perfecta no es un tópico. Es la descripción de la climatología que nos espera, que ya está aquí. La Europa Septentrional vive fenómenos casi de país afectado por los monzones. Precipitaciones intensas y de corta duración, suelos erosionados y construcciones en tierras inundables o de afectación de las olas, subida del nivel del mar, temperaturas extremas y noches tropicales. La tormenta perfecta. Los asiduos a las playas de nuestro litoral lo saben: cada vez hay menos arena y cada vez esta está más mojada (no le da tiempo a secarse). La escasez de arena impone a los municipios una alta factura al tener que reponer constantemente las playas para que la temporada turística no se vea demasiado afectada.
Las lluvias torrenciales de esta primavera han desbordado barrancos e inundado las zonas que –de siempre– sabemos que son inundables. El agua tiene memoria y siempre recorre el mismo camino. Poco le importa lo que le interpongas: un edificio de 6 plantas, un camping o un talud para que pase el tren. El agua pasa. Y el cambio climático hace que todos estos elementos entren en interacción los unos con los otros de forma más intensa y más peligrosa. Los paseos marítimos y las construcciones de primera línea de mar van a ser los más afectados. El fenómeno –que va a afectar a 35.000 viviendas en todo el litoral de Tarragona y Terres de l’Ebre– ya ha adquirido proporciones dantescas en el litoral Atlántico francés y británico donde la conjunción de mareas, grandes olas, lluvias y construcciones en primera línea de mar nos ofrecen las imágenes de pueblos siendo devorados por el mar.
El caso aquí no son tanto las grandes olas –aunque también son espectaculares– o las mareas –en el Mediterráneo no se dan con tanta fuerza– sino el régimen de lluvias que el cambio climático ha transformado en torrenciales con mayor frecuencia e intensidad. La tormenta perfecta va a ser la tormenta habitual. Hay que dejar de ver películas y tomar medidas.