De la razón a la emoción podría ser una de las muchas conclusiones a las que llegar a día de hoy después del tsunami político al que estamos sometidos.
Estas últimas semanas hemos podido comprobar la celeridad que se ha instaurado en nuestra política actual sin casi dejar espacio para asimilar y poder interpretar lo positivo i/o lo negativo de dichos actos con el consiguiente beneficio i/o perjuicio para la ciudadania.
Lo que si se puede concluir es que el actual análisis de la política se debe realizar desde una nueva perspectiva: la emoción. Para ello, este artículo parte de la base del cambio en la forma de enfocar la política como elemento para realizar y poder entender mejor nuestra actualidad.
Variable ‘Cambio de paradigma’. Dentro de ésta analizaremos la forma y el contenido. La forma hace referencia al canal a través del cual nos llega la información. Y el contenido va de su mano.
A nadie le extraña ya cuando se afirma que la forma de consumir información política ha cambiado. De hecho, el consumo de hoy nada tiene que ver con el de hace tan solo un par de décadas.
El ciudadano tiene en un click los titulares de la última información política. No solo eso. También twiter y otras plataformas se han convertido en ese canal digital que hace que los mensajes avancen al mismo tiempo que la propia noticia convirtiendo en una suerte de carrera vertiginosa y poderosa la información política hacia el votante.
Este cambio de consumo ha provocado que los partidos hayan tenido que adaptar sus informaciones a los nuevos canales para poder llegar al electorado. Tuits como máximo de 280 caracteres sobre temas complejos que afectan a la sociedad es la disponibilidad con la que cuentan para elaborar mensajes. Consecuencia: poca información y poco tiempo para analizar temas tan complejos como son aquellos que afectan a nuestra vida cotidiana.
En resumen, cambio de paradigma entre el emisor y el receptor del mensaje político subyugados a un nuevo canal de transmisión.
La pregunta ahora sería si la materia de la política está hecha para la inmediatez.
Las nuevas tecnologías nos dejan en una situación dicotómica respecto a los mensajes que los partidos comunican a los electores. No hay más que ver la última campaña en escena: «Comunismo o libertad». Solo dos partidos parece que se enfrentan. La dicotomía deja al margen el resto de formaciones políticas del arco parlamentario, solo hay dos que destacan. Las dos en pugna, las dos dicotómicas. Se agudizan los polos, se fagocita la moderación. Y en un plano dominado por el blanco o negro, ¿dónde situamos el término medio, aquel que representa a la razón y no solo al sentimiento? Y la razón, no lo olvidemos, forma parte del entendimiento. Al igual que el reconocimiento del ‘otro’, de aquel que no piensa igual que nosotros. Como decía Adolfo Suárez, «de aquel que no es mi enemigo, sino mi complementario». ¿Dónde encontramos los valores de la moderación, respeto, templanza en este escenario digital caracterizado por la polarización, exaltación y reconocimiento del individualismo frente al bien común? ¿Dónde encontramos el reconocimiento de aquel que no es mi enemigo, sino mi complementario?
De estas preguntas surge otro concepto, el individualismo, representado esta vez en la figura del líder. Como indica Toni Aira en su libro La política de las emociones: desde hace tiempo triunfa entre los estrategas electorales la idea de que «el candidato es el mensaje. En el candidato se concentra buena parte de los valores y atributos que sintetizan la esencia de una candidatura, pero, sobre todo, en él se deposita la mayor parte de las esperanzas en la conexión que se pretende establecer con una parte relevante del electorado. El candidato: una cara, un cebo en forma de persona que arrastra una legión de fans –más que de votantes asépticos– a las urnas".
Que la forma de hacer política ha cambiado es por todos sabidos. Que el ser humano siempre se ha movido por emociones, también. Y que ésta se encuentra instalada en nuestra forma de consumir información política, también.