En los últimos años, hemos asistido a una creciente sensibilización de la sociedad respecto de la protección del medio ambiente. Se han promulgado nuevas regulaciones, ha subido el consumo de productos ecológicos y la venta de aparatos con etiqueta energética, y ha aumentado la concienciación sobre el uso del plástico o el reciclaje de basuras, entre otros.
En el mundo empresarial se ha consolidado la responsabilidad social corporativa y se instaura una nueva visión basada en considerar no sólo el beneficio, sino también el impacto de la actividad en el planeta y las personas.
Dada la necesidad de cumplir los objetivos del Acuerdo de París y revertir el calentamiento global, está claro que la industria financiera, dado su importante papel a la hora de canalizar recursos, no puede quedarse atrás en esta evolución. Hacen falta miles de millones de euros en inversión para transitar hacia una economía baja en carbono, que no pueden cubrirse en exclusiva por los gobiernos.
Por esta razón, la UE puso en marcha en el 2008 un ambicioso plan de acción en finanzas sostenibles y la industria financiera y de gestión de activos viene integrando cada vez más la sostenibilidad en sus productos y estrategias de gestión. Seguro que en alguna ocasión hemos oído hablar de los criterios ESG, de la ISR, o de los ODS, pero ¿qué significan todos estos acrónimos?
La ESG significa Environmental, Social y Governance, es decir, criterios medioambientales, sociales y de buen gobierno corporativo. Por su parte, ISR se refiere a la Inversión Socialmente Responsable. Por último, cuando hablamos de los ODS nos estamos refiriendo a los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible promulgados por la ONU, entre los que se encuentra el fin de la pobreza, el hambre cero, la igualdad de género, el trabajo decente o el consumo responsable.
Las instituciones financieras han venido aumentando la oferta de inversiones sostenibles, lo que ha venido de la mano de un mayor conocimiento y un aumento de la demanda por parte de inversores y ahorradores. Cada vez más fondos de inversión tienen en cuenta los criterios ESG a la hora de seleccionar y gestionar sus carteras, lo que a menudo significa excluir de las carteras negocios que se consideran perjudiciales como pueden ser las armas, el tabaco o los combustibles fósiles. Esa estrategia constituye un primer paso hacia otras más sofisticadas, basadas en estudios exhaustivos y la comunicación con las empresas para promover la consideración de esos aspectos en su gestión.
Dada la novedad, surgen juicios sobre las ventajas e inconvenientes de este tipo de inversiones. Por eso, es importante distinguir y analizar con claridad qué tienen de realidad esas valoraciones y qué tienen de mito. Uno de los prejuicios más difundidos es el que defiende que considerar la sostenibilidad tiene una penalización en términos de rentabilidad.
Numerosas investigaciones académicas acerca del rendimiento de este tipo de carteras han demostrado que eso no es cierto, más bien todo lo contrario. Hay evidencia de que los títulos de empresas más sostenibles producen una mejor rentabilidad a largo plazo. Otro mito nos dice que estos fondos son más caros, algo no demostrable, o que adolecen de una escasez de oferta en relación a los productos tradicionales, algo que desmiente la proliferación de nuevos productos en los últimos años, tanto por el lado de la gestión activa como por el de la gestión pasiva.
Las inversiones socialmente responsables son un fenómeno imparable dado el rol que está tomando la industria financiera, al creciente interés de clientes e inversores, y a las nuevas normativas de la UE y de los diferentes reguladores, comprometidos en integrar la sostenibilidad en todo el espectro de productos financieros.
No se trata de una tendencia más de inversión que morirá como moda pasajera sino de una realidad que ha venido para quedarse y que viene a demostrar que construir un mundo mejor no está reñido con la búsqueda de rentabilidad y el crecimiento de nuestros ahorros e inversiones.