Este término griego define la tendencia de mantener el equilibrio y la estabilidad de los diferentes sistemas biológicos. En términos fisiológicos, la homeostasis es el equilibrio interno del organismo al que tiende por sí mismo, pero la acepción que me gustaría relatar hoy es la tendencia natural de nuestro cerebro al punto de equilibrio, es decir, a vivir en las zonas de confort.
Si analizamos lo que hacemos cuando estamos cansados, veremos que buscamos actividades de forma casi espontánea que relajen nuestro estado: hacer puzles, sudokus, mándalas, ver programas intrascendentes en la TV, leer novelas, no hacer nada... «Es lo que me pide el cuerpo». Y, al contrario, cuando estamos muy relajados pensamos que tenemos que hacer algo, que estamos perdiendo el tiempo.
Esa vuelta a las zonas de confort se contradice frontalmente con el entorno cambiante que estamos viviendo. A aquellos que vivimos inmersos en esta sociedad del cambio, cada instante vivimos cosas que nos parecen trascendentes. Parece que todo sea un gran anuncio que requiere nuestra atención: unas votaciones, una guerra, un nuevo producto o servicio, conocer a más gente, nuevas necesidades, nuevas películas, libros o series, probar un nuevo vino, un nuevo restaurante, una nueva técnica de musculación o relajación... todo se mueve al mismo tiempo, a la vez que nuestro ADN nos está forzando a volver al estado del nirvana perfecto.
Y cuando estoy en clase, no paro de discutir sobre el cambio necesario para sobrevivir. Hace tan solo una semana, planteamos un paralelismo entre la evolución de la naturaleza que permite solamente sobrevivir a los más equilibrados y no a los más fuertes como muchos creen, porque si no fuese así, estaríamos rodeados de Tiranosaurios Rex. Por lo tanto, la capacidad de adaptación al medio mutante en que vivimos debería ser nuestro objetivo y nos damos cuenta de que, al contrario, el conservacionismo es la meta.
En nuestras empresas el cambio no es simplemente necesario, sino imprescindible para sobrevivir. Ayer visité una empresa farmacéutica, Uriach, que cerró todas sus fábricas para concentrar sus esfuerzos en la innovación y el marketing de los productos de salud natural. Un cambio estratégico importantísimo que les ha ayudado a crecer a una velocidad sobresaliente.
Juntar innovación y marketing les permite estar atentos continuamente a cualquier cambio de tendencia o de actitud de los humanos y proveer con soluciones que nos permitan vivir de forma saludable con productos naturales. Su vocación ya no es curar como antaño sino prever y ayudar, lo que no es poco. Un cambio radical.
Creo que lo consiguieron gracias al preguntarse cómo podían aportar más a esta sociedad siendo sostenibles y muy responsables, haciéndolo su propósito y ayudando a todos sus empleados a abrazar un ideal que se nota cuando hablas con ellos. Lo que hacen es importante, contribuye a un mundo mejor y tienen una historia que contar que les llena de orgullo.
Luchar contra la homeostasis es una tarea que requiere mucha inteligencia, valor y dedicación porque nuestro cerebro primitivo tiende al equilibrio, que tiene poco que ver con los cambios. Precisamente la rapidez en la que vivimos y la multitud de ofertas que se nos plantean en todos los momentos de nuestra vida, han incrementado el nivel de angustia hasta límites inimaginables hace menos de un siglo. Por eso necesitamos tanta ayuda psicológica externa para conseguir el equilibrio.
Los líderes, como he defendido tantas veces en esta columna, están ahí no solo para ejecutar sino para ayudar a los demás a crecer. Y esa es su función principal y por lo que deberíamos juzgarles. ¿Y, cómo se hace? Ayudar a que los colaboradores crean en el cambio, que se vistan con la camiseta de la fluidez y no de los conservadores es una tarea que requiere poner en marcha los valores centrales y emocionales, es decir: una ideología y una forma de convivencia.
La ideología es imprescindible para bajar las barreras que la homeostasis nos impone. Si creemos en algo superior, somos capaces de sacrificarnos y de luchar denodadamente por ver que lo que creemos se cumpla, olvidándonos de nosotros mismos y buscando el equilibrio en el objetivo y no en la zona de confort. La ideología y el propósito, es lo que ha hecho que muchas empresas hayan sobresalido ampliamente por encima de sus competidores.
Y el segundo valor que debe mantenerse es el que las emociones estén en su justo lugar, es decir que creemos un entorno donde todos quienes componen la empresa y su área de influencia noten que se les toma en cuenta, que nos preocupamos de ellos y no solamente de los beneficios...
Esa es la base para convertir nuestras empresas en extraordinarias. Y eso es lo que les deseo a todos ustedes.
Xavier Oliver es profesor del IESE Business School