Lágrimas de dolor. Caen y caen en los rostros de unos aficionados granas a los que le han roto la esperanza. Es el adiós a un sueño que se ha roto en pedazos a un paso de conseguirlo. Duele por eso y porque este club y este afición no merece no estar en el fútbol profesional. Pero la vida es así y el fútbol también. Lo que hace una semana fue un paraíso, ayer fue un infierno. Vigo y Balaídos serán recordados como esa ciudad y ese estadio del casi ascenso. No hay más.
Desde Tarragona en coche. Desde Barcelona en avión. Desde Oporto, A Coruña o Santiago de Compostela en coche tras volar desde Barcelona. Daba igual. No hay kilómetros que separen a la afición del Nàstic de sus jugadores. Cruzan mares por ellos si hace falta. Hasta gente con pánico a volar se subió al avión porque la fe grana puede con todo, hasta con fobias.
No sé si el Nàstic es un club diferente o especial, para mí no hay dudas, pero lo que tengo claro es que la afición grana es un ejemplo. Ha vivido años de barro constante y cuando ve un mínimo claro se ilusiona. No existe hinchada que con menos, sume más. Si ya su equipo se mete en una final de play-off sin que nadie lo espere, imaginénse. Palabras mayores.
Por la mañana las callejuelas del centro tenían más rojo que de costumbre. Vigo tenía a mil aficionados granas repartidos por toda su ciudad. Allí calentaban en una previa infinita. Todos coincidían en que las horas no pasaban. Encima el partido no comenzaba hasta las nueve de la noche. Un auténtico suplicio.
Entre los aficionados granas había de optimistas y otros que no tanto. Xavi incluso iba más allá de lo optimista y lo dejaba claro con sus palabras: «Lo veo claro. Siempre he creído y por eso soy optimista. Hasta después de la derrota en Sabadell seguía creyendo, la verdad».
Jordi, otro aficionado grana que hacia la previa en una de las callejuelas del centro de Vigo, tenía más dudas: «Hay momentos en lo que lo veo claro y otras en los que repasando la temporada lo veo mal».
Sin embargo, lo que no podía ocultar su mirada ni sus palabras es que la ilusión era total: «Hay mucha ilusión de conseguir el ascenso. Tenemos muchos nervios y llevamos toda la semana con la incerteza presente».
Si la semana pasada el Nàstic tuvo que vivir un ambiente de visitante en Balaídos ante el Ferrol, lo de ayer fue totalmente distinto. Ni un mal rollo. Mucha gente. Mucha hermandad. Aficiones de Nàstic y Villarreal B se juntaron sin problemas. Ni una tensión se respiró en un clima maravilloso.
Se hermanaron a través de cánticos contra enemigos deportivos comunes e incluso la afición grana le cantó a la grogueta que Villarreal era la capital. También hubo cánticos con guasa como el de «¿Dónde está el Mercadona?», que sacó las risas de los presentes.
Una llegada de bus brutal
Si la llegada del bus del Ferrol impresionó en semifinales, esta vez la hizo lo del Nàstic. Bengalas rojas, cánticos de apoyo y una afición que le dejó claro a su equipo que fuera del terreno de juego comenzaban ganando. El plan de juego se tenía claro y hasta aficionados como Marc Valldosera lo asumía con naturalidad: «Hay que marcar primero. Ponerse por delante y luego que pasen los minutos por delante».
Los nervios estaban a flor de piel y poco a poco los aficionados granas fueron entrando a las gradas de Balaídos por la puerta ocho. Estaban en el lado contrario que la semana pasada. Daba igual, la cuestión era estar allí.
«¡Que sí, joder, que vamos a ascender!», era el cántico más cantado. Normal. Era deseo y cantándolo unos se quitaban los nervios y llamaban al buen tiempo. Cuando saltaron al campo para calentar, los aficionados granas, todavía con muchos por entrar, jalearon a sus héroes.
Durante el partido los nervios y la tensión dejaron paso ala decepción final. La afición grana fue u velatorio. Ahora sí que el sueño ha muerto. Casi lo logran. Gracias a esa afición. Gracias a ese vestuario. Volveremos.