El puesto más ingrato. El mismo que obtuvo en Sídney hace 21 años, en la última ocasión en que la selección española masculina de waterpolo se asomó a las semifinales de un torneo olímpico. Estuvieron a punto de pelear por el oro, pero Serbia, la poderosísima Serbia, acabó imponiéndose por un gol. Les quedaba el consuelo del bronce, pero ahí estaba aguardando la temible Hungría, con sus colmillos de acero y su enorme portero, Viktor Nagy, que las para incluso rematando de cabeza.
España se empotró contra el muro húngaro en la segunda parte y el equipo se hundió: no metió ni un solo gol en los dos últimos cuartos y los jugadores intentaron hacer cada uno la guerra por su cuenta, con selecciones de tiro no siempre acertadas, mientras que los húngaros crecían en la piscina hasta saberse medallistas olímpicos.
El waterpolo español, no obstante, se despide de Tokio con muchos síntomas de mejora con respecto a anteriores Juegos. Por primera vez en la historia, ambas selecciones (masculina y femenina) se habían metido en semifinales. A las chicas, que cogieron la medalla de plata, les fue mejor que a los chicos, pero ambos grupos demostraron que hay mimbres más que suficientes.