«Cualquier cosa me servía para pintar: una pared, una servilleta, un trozo de madera... Pintaba todo lo que me venía a la cabeza. Estoy con colores y un lápiz desde que tengo uso de razón», comenta el pintor Xavi Pinyol. Cosas del destino, cuando tenía ocho años le dijeron en el colegio que no tenía habilidad con las manos y debía hacer alguna actividad manual para ganar destreza.
«Me recomendaron ir a dibujo y ahí empecé a dar mis primeros pasos. Mis primeros dibujos eran muy malos. Sobre todo eran de elementos que copiábamos, porque la profesora no explicaba que para aprender a dibujar antes había que aprender a copiar. Copiábamos un montón de bustos y conchas», cuenta este joven de 23 años que se siente a partes iguales de Reus, de donde es natural, y de Castellvell del Camp, donde reside.
Recuerda con especial cariño el retrato que hizo de una campesina con apenas 12 años. «Esta obra cambió mi vida. Está hecha en pastel y es muy cálida, muy dulce. Ya tenía marcas de lo que sería el Xavi del futuro», afirma.
El futuro llegó y, en 2021, fue seleccionado para participar en la Fira Internacional d’Art de Barcelona (FIABCN), un evento que, en esa edición, reunió a 90 artistas de 37 países. «Ha sido mi mayor éxito hasta el momento porque fue el salto a un mercado global. Estaba rodeado de grandes artistas y yo era el más joven que exponía. Pero también le doy mucho valor a lo más pequeño, a muestras primerizas o a las que he podido hacer en mi ciudad. La última que hice –en la Sala Quatre de Reus– fue algo muy personal, no tan explosivo como la de Barcelona, pero para mí tuvo mucha importancia porque vino a verme mi gente. En Barcelona eran sobre todo coleccionistas y galeristas», dice. También ha expuesto en Madrid o Tarragona.
Pinyol se considera una persona con una necesidad imperiosa de aprender, formarse y encontrar caminos nuevos. Su modelo es Pablo Picasso. «Él siempre se renovaba y es un perfil con el que me identifico. Siempre hay que experimentar, yo no quiero ser un artista que se define por hacer una cosa en concreto. Y si así no triunfo no es importante para mí, prefiero empezar una cosa e ir transformándola; no quedarme en un estilo sino en un proceso, en una metamorfosis», asegura.
En casa siempre le han apoyado, de hecho, su madre es aficionada a la pintura. Su pareja también está siempe a su lado. «Tengo un entorno muy adecuado para poder desarrollarme», dice. Pero quien le enseñó de cero todo lo que sabe es Cori Vernís, una pintora de Reus que le dio clases desde los ocho hasta los diecinueve años. «Cuando al principio tenía que hacer cosas difíciles me frustraba, pero esa frustración me hizo tener más habilidades posteriormente». Además, estudió bachillerato artístico en el instituto Gabriel Ferrater i Soler.
Pictóricamente está ahora en un periodo de transición, sin un estilo claro definido. «Estoy trabajando los límites de lo que se entiende y no se entiende, de lo que es el realismo y no lo es. Entonces, estoy en un especie de nube algo difusa que me está llevando a encontrar soluciones nuevas».
Esta búsqueda de caminos le ha llevado a Irlanda. Desde hace un par de meses está instalado en Dublín, donde se encarga del rediseño de los espacios y el mobiliario de una empresa de idiomas. Porque Xavi, además de pintor, es diseñador industrial. Se graduó en la Universitat de Barcelona. «Era una modalidad creativa como el arte, pero más técnica, y eso fue lo que me impulsó a estudiar la carrera. Así compaginaba arte y diseño», explica.
En Irlanda está desarrollando esta doble faceta. Por las mañana diseña y por las tarde se empapa de la cultura y el paisaje de allí para ampliar sus fronteras creativas. «Intento nutrirme del país para entenderlo mejor y tener una obra artística más fuerte. Durante estos meses estoy desarrollando un conjunto de pinturas nuevas que reflejarán esta experiencia que estoy teniendo aquí y los nuevos enfoques que estoy encontrando», señala. Su intención es volver a Castellvell al final del verano.
Pinyol es consciente de que ganarse la vida como artista es casi una odisea hoy en día, pero no renuncia a ello. «No es imposible, pero el arte es un mundo muy complicado. A veces no eres tú quien decide el precio de una obra o si se debe vender o no. Por suerte, yo puedo ir vendiendo cuadros y si en el futuro me puedo dedicar al 100% será un gran mérito, porque, como decía antes, es muy difícil y tienes que tener fuerza mental para aguantarlo», apunta.
Como tantos pintores, hace años tuvo que dar clases particulares a niños para sacarse un dinero. «Es una salida más de este oficio y una rama muy bonita porque enseñas a niños que son como era yo en su momento. Me sirvió para desarrollarme artísticamente, autoprender y poder trabajar de pintor», concluye.