Suicidas literarios

El Cura y el Barbero. El personaje suicida más célebre de la Literatura ha sido el joven Werther, cuya historia produjo una oleada de suicidios por amor

17 septiembre 2023 18:49 | Actualizado a 18 septiembre 2023 07:00
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La semana pasada conocíamos a través de los datos facilitados por el Instituto Nacional de Estadística el número de suicidios registrado durante el año 2022 en España. La cifra es estremecedora y va al alza: 4.097 personas se quitaron la vida en nuestro país, 84 de las cuales son menores de 20 años.

Hay algo chocante entre esa sociedad que exhibe su hedonismo como principio fundamental de la vida y los problemas de salud mental de los que el suicidio es solo la punta del iceberg. Según la OMS, unos 280 millones de personas sufren depresión en el mundo, unos 2 millones en España.

Y aunque, obviamente, la casuística individual es muy variada, es como si el actual desprestigio del conocimiento y de su consiguiente sustrato espiritual hubieran socavado las almas de las personas y dejado un vacío que el materialismo y la superficialidad, de naturaleza siempre fungible, no pudieran llenar.

No es de extrañar que la Literatura, siempre atenta a las cuestiones de su tiempo, esté abordando esta problemática. Conviene, eso sí, diferenciar la literatura de calidad y necesaria, de aquella otra que apuesta por el oportunismo coyuntural con el único objeto de medrar en el mercado editorial.

Claro que el tema del suicidio no es nuevo en Literatura, empezando por la luctuosa nómina de autores que decidieron acabar con sus vidas y pasando por la no menos triste lista de personajes literarios abocados a la misma fatalidad. Y digo no menos triste, aunque se trate de vidas ficticias, porque para muchos lectores algunos personajes son más reales que su propio autor y porque, en no pocas ocasiones, sus historias fueron trasunto de experiencias reales.

El personaje suicida más célebre de la Literatura ha sido, sin duda, el joven Werther, cuya historia produjo una oleada de suicidios por amor tan preocupante, que muchos países prohibieron la venta del libro de Goethe. Pero hay muchos otros que no caben en este espacio. Así, a vuelapluma, aquí van unos cuantos. Píramo, al ver el velo de Tisbe ensangrentado por el hocico de un león que volvía de cazar, creyó que su amada había sido devorada por el animal; a su suicidio le siguió el de Tisbe, al ver muerto a Píramo.

El equívoco le pudo servir a Shakespeare para idear las muertes de Romeo y Julieta, y más tarde, a Hartzenbusch para su intrincada versión de Los amantes de Teruel. Dido no pudo superar el abandono de Eneas en la Eneida y Melibea no sabe vivir sin Calisto. Espectacular es el suicidio de don Álvaro, en el drama del duque de Rivas, con toda su impresionante tramoya romántica. Benito Pérez Galdós creó a dos suicidas memorables: Marianela y, sobre todo, Ramón de Villaamil, que queda cesante a escasos dos meses para jubilarse con los cuatro quintos del sueldo regulador; no recuerdo un final más triste en una novela.

También es triste el desenlace de Emma Bovary y de Anna Karenina, víctimas del corsé moral de su tiempo; el suicidio de Anna, arrojándose a las vías del tren (el mismo lugar donde había conocido a su amor Vronsky) no puede ser más simbólico. Terrible es también la muerte de Tonet en Cañas y barro que, abrumado por la culpa, se dispara con la escopeta en mitad de la Albufera; su padre, que había dedicado una vida entera a ganarle terreno a la laguna para cultivar arroz, nunca habría imaginado que la tierra conquistada iba a servir de sepultura para su hijo.

Andrés Hurtado, el personaje de Pío Baroja en El árbol de la ciencia, lector de Nietzsche y de Schopenhauer, no podrá superar su vacío existencial. Virgilio Delise, el inolvidable personaje de Mario Lacruz en El inocente, nos deja atónitos con su suicidio: «tenía vocación de culpable», dice el narrador. Más recientemente, Aurora, protagonista de Lluvia fina, de Luis Landero, se lanza contra la carretera, cansada de escuchar y mediar en los problemas de los demás y que nadie haya estado atento a su propia desazón.

El lector, seguro, podrá añadir a este catálogo muchos otros ejemplos. Lo importante es que no los siga en su derrota.

Mi blog literario: http://cesotodoydejemefb.blogspot.com

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