Leslie Jamison (Washington D. C., 1983) es, junto a Sloane Crosley o Lilly Dancyger, una de las autoras de no ficción (ensayos y piezas autobiográficas, básicamente) en activo más estimulantes del panorama estadounidense. Para muestra, un botón (¿o dos?): “Había un abismo ético entre ser testigo de algo puntualmente y acompañar su evolución a lo largo del tiempo. En eso consiste el respeto, pensé, en mirar y seguir mirando, en resistirla tentación de apartar la mirada en cuando obtienes lo que buscabas”, “Ver cómo te transformas en tus progenitores no obsta para que sigas enfadada con ellos”.
Su estilo literario resulta tan fascinante como exterminador, en relación a los temas que suele tratar o, más bien, que le suelen atraer y que decide abordar en ausencia de pantallas. Si tenemos en cuenta esto último, hablamos de una forma de escribir que te entra en el torrente sanguíneo. Por eso es difícil no sucumbir completamente a esa prosa elástica, ágil y tierna, cuya máxima finalidad es encontrar la empatía suficiente en su interlocutor como para continuar escribiendo siempre. Algo similar le sucedía a Mary McCarthy, escritora también norteamericana, con la que, por cierto, comparte onomástica: el día 21 de junio.
“Gritar, arder, sofocar las llamas” es el nuevo y brillantísimo (¡háganse con él!) volumen de ensayos que la editorial Anagrama publica de la autora en España, tras “La huella de los días. La adicción y sus repercusiones” (2020) y “El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros” (2015). No suele quedar bien afirmar en ninguna reseña en prensa lo que sigue, pero no me resisto: ante la calidad del conjunto de sus escritos, tan solo cabe rendirse y perderse en ellos. Dicho queda, estos son de lectura esencial.
El libro se divide en tres partes: “Anhelar”, “Observar” y “Habitar”, y mis textos favoritos de ellas son: “Las vidas que habitamos”, “Máxima exposición” y “La larga travesía”, respectivamente. De llegar este libro a tus manos, ¿cuál serán los tuyos? El tono está marcado por la máxima de que en la contemporaneidad no es posible adoptar un papel pasivo, y por cada una de las tres secciones sobrevuela la aparición de los verdaderos interlocutores, el poder nivelador de la mirada y la idea demencial que tenemos de las vidas de los demás. Todo ello sin perder de vista, claro, que es importante, por un lado, no ponernos estupendos mediante la pregunta de qué damos a cambio nosotros al mundo y, por el otro, la utilidad de según qué viajes.