El éxito arrollador del espíritu Broncano en la televisión generalista nos obliga a plantearnos varias reflexiones más allá de una batalla entre dos programas. Su triunfo es el triunfo de la normalidad frente a la televisión sintética y artificial que hemos construido en los últimos 20 años. La Revuelta refleja mejor que ningún otro programa lo cotidiano, lo natural y común. Y funciona.
Broncano ha dinamitado en tres meses el monstruo que los demás hemos alimentado durante dos décadas. Hasta ahora los grandes mandamientos de la tele eran:
¡Ofrece espectáculo! Si en la competencia vuelan 100 drones, tú vuela 200. Si un programa da un salto mortal con doble pirueta, yo lo haré además con los ojos cerrados, y al día siguiente meteré cocodrilos en la piscina.
¡Que todo sea impresionante! ¿Por qué tener un plató de 2.000 metros pudiendo tener uno de 5.000? Si la mesa de un presentador puede incorporar tecnología espacial para hacerla levitar, ¿por qué conformarnos con un escritorio normal?
¡Última hora! ¡Esto es exclusivo! La superestrella de Hollywood, el deportista que acaba de lesionarse, la teoría conspiranoica más retorcida... Yo tengo lo que tú no tienes. Y me da igual si la estrella de Hollywood no sabe si está en España o en Italia, si el lesionado no está en condiciones psicológicas para hablar o si miento para llamar la atención.
¡Ceba, ceba, ceba! Lo importante siempre es lo que vendrá después. Mientras ves cómo operan a un perro a corazón abierto ya te anuncio que en un rato vendrá lo realmente bueno porque vamos a enterrar viva a una alcaldesa.
Por otro lado, los de la tele blanca, han buscado de forma obsesiva la corrección política, el no molestar, que tiene el peligro de convertirse en servitud al poder. Si los de la tele ruidosa y escandalosa nos hemos pasado con la levadura y el colorante, la tele blanca se ha pasado de glucosa y lejía.
Y en ese contexto llega Broncano con su equipo para decirnos a unos y otros: yo no voy a hacer ni «más» ni «menos», lo voy a hacer «mejor». «Voy a hacer la misma mierda», dijo literalmente en su primer programa. Y resultó ser mierda de la buena. Como ha dicho mi amiga Mercedes Milá «Broncano es la naturalidad hecho presentador de TV». Y añado que su naturalidad es abrumadora, aplastante. David y los suyos han señalado a la tele ‘tradicional’ y han dicho «va desnuda».
Tal ha sido su influencia que en tres meses la tele de lo cotidiano ha arrinconado a la tele de lo excepcional. Ni súper plató, ni mega invitados, ni personajes inverosímiles, ni escándalos, ni sobreactuación.
En La Revuelta hay mucho de un encuentro de amigos en un bar, de una conversación de vecinos en el rellano de la escalera o de una mera coincidencia de dos conocidos en el súper. Quiero pensar que hay también algo de lo que nosotros practicamos en TEN con el Ni que fuéramos Shhh de Belén Esteban, María Patiño y los demás resilientes del destierro de Mediaset. En nuestro caso la falta de recursos nos ha empujado aún más a una naturalidad de la que ya hacíamos gala en Sálvame con nuestras meriendas en directo, nuestro pulpillo, nuestra corrala y nuestro show intrascendente de barrio.
Broncano es curioso, mira a la sociedad, lee sus códigos y no pretende inventar un mundo artificial porque lo que le apasiona es el mundo real. Y ha acertado de forma abrumadora. La Revuelta nos acerca a la realidad, mientras que la televisión lleva dos décadas alejándonos de ella, creando un mundo artificial en el que solo viven los que salen en la pantalla. Y tan artificial lo hemos hecho que ya no es reconocible. Paradójicamente la tele ha querido llamar el interés de la audiencia alejándose de ella. Creando un mundo aspiracional con el que soñar que se ha deformado tanto que el sueño se ha convertido en pesadilla.
La tele se quiso arreglar los pómulos y ha acabado teniendo la cara de Donatella Versacce. Nos hemos vuelto imbéciles y ahí llega David, que no sigue esas normas, que es un enamorado de la tele pública, hijo de maestros de pueblo, con una educación y unos valores honestos que le alejan del histrionismo y la manipulación.
Broncano ha conseguido que nuestra tele se parezca a nosotros y que muchos productores nos preguntemos en qué momento nos despistamos. No es el único. Veo mucho de la naturalidad de Broncano en Jose Luis Sastre, Inés Hernand, Martin Bianchi, Henar Álvarez, Aimar Bretos, Nuria Marín, Bob Pop, Ricardo Reyes, Nieves Concostrina o Ricard Ustrell. Comunicación tranquila y auténtica. Sin exceso de levadura ni tampoco de corrección política.
El Late Show de Marc Giró en La 2 es otro ejemplo de televisión de lo cotidiano -aunque la cotidianidad de Marc sea histriónica como él-. Reúnen a gente en un ascensor apenas medio minuto para hablar del tiempo o de cualquier tema intrascendente y conectan con el espectador casi tanto como 350 drones formando hormigas en el cielo. ¿Por qué? Quizá nos hemos cansado de lo impresionante y buscamos algo que se parezca más a nuestras vidas.
Sea como sea La Revuelta es una bomba atómica que sigue explosionando cada día en las cabezas de todos los directivos y productores de televisión en España. Y mientras unos, los más ingenuos, intentan imitar su estilo, otros se autoproclaman líderes de audiencia tergiversando los números, ponen bolsas llenas de dinero encima de la mesa, presionan a VIP’s para tener su ‘exclusividad’ o, los más nocivos, los roban directamente, mienten y politizan los contenidos televisivos haciendo una sociedad peor. Tele vieja... Nunca un título estuvo mejor escogido. En Movistar fueron 8 años La Resistencia. En su asalto a la tele generalista son La Revuelta y en unos meses más quizás puedan ser La Revolución... rodarán cabezas. Pero bueno, solo es tele.