La cala del Solitari, en Miami Platja, encajonada entre acantilados de rocas ásperas y alfombrada por un suave manto de arena es una de las mejores estampas de la primitiva geografía tarraconense.
Esa era exactamente la sensación que debía disfrutar Antonio Alonso Cerdà cuando buceaba. A él le debemos el nombre de este rincón frecuentado por piratas y contrabandistas, porque según Marcel·li Esquius, fundador de Miami Platja, siempre lo veía bañarse solo. Y en la cala del Solitari ocurrió hace 61 años de una de las historias más desconocidas del núcleo costero de Mont-roig, la del accidente del reactor pilotado por el teniente José Enrech Macho.
El miércoles 14 de septiembre de 1960 a las 9.20 horas despegaba de la base de Manises (Valencia) una escuadrilla de aviones del Ala de Caza nº 1. En la posición número 3 de la formación volaba Enrech, un piloto de 28 años con una experiencia de 1.144 horas de vuelo y formado en Estados Unidos. Su Sabre F-86F numeral C5.81 formaba parte del lote de 270 unidades adquiridas por España como parte de la ayuda norteamericana. Este aparato había sido fabricado en California en 1955 y transferido a las Fuerzas Armadas Españolas en agosto de 1956.
Fallos al poco de despegar
Veinte minutos más tarde, a 9.144 metros de altitud, Enrech advirtió una alarmante vibración y una brusca pérdida de presión hidráulica que no presagiaba nada bueno. La avería podría ser grave por lo que decidieron, junto al piloto del número 4, regresar inmediatamente a Manises.
Tres minutos más tarde vino el fuego en la tobera, una explosión sorda y la parada completa del motor, que les obligaba a intentar tomar tierra en el aeropuerto más próximo, la base aérea de Reus.
Cuando a las 10 de la mañana pudo librarse del mar de nubes que les envolvía y recuperar la visibilidad ya solo estaba a 1.500 metros de altitud, sobrevolando el cielo de Miami Platja. Consciente de que en esas condiciones sería imposible alcanzar su objetivo decidió tomar la única salida que le quedaba: intentar un aterrizaje forzoso.
Atisbó una playa, amplia y arenosa (Platja Cristall) que flanquea por el sur a las siete calas de Miami. Si todo iba bien podría amortiguar el inevitable impacto y salvar el reactor. Pero el fallo mecánico había afectado también a los frenos. Incapaz de reducir los 315 km/h en que iba el avión, acabó por desistir de su intento, después de varias pasadas.
En esta tesitura ya sólo quedaba abandonar la aeronave en pleno vuelo y estrellarla al mar para no causar daños materiales en tierra. Para ello encaminó el caza en paralelo a la costa orientando la proa al mar, sobrevolando la carretera N-340.
Testigos en el torreón
Esta imagen del vuelo rasante de los dos reactores maniobrando desesperadamente por encima de las copas de los pinos y de los tejados de las primeras casas es la imagen que se quedó grabada a fuego en la retina de algunos vecinos, como Roberto Calvera que recuerda aquel momento 61 años después como si fuera hoy.
Otro testimonio fue Manolo Mirambel. Ese día trabajaba en la construcción del torreón de piedra que se encuentra próximo al Edificio Calazul. Viendo que el avión se les venía encima, dio el grito de «tothom a terra» dirigido a todos los que le acompañaban, entre ellos Manuel Casadó.
La pericia del tripulante evitó el impacto. Una vez el avión en los dominios de Neptuno, el piloto se liberó y poco antes de tocar con sus botas el agua pulsó el gatillo del cohete que le impulsaría al exterior de la cabina junto a su asiento.
El piloto fallecía en 1968 en otro accidente de avión en la sierra de Aitana (Alicante)La poca altura desde la que se había producido la eyección de la cbina impidió que el paracaídas pudiera desplegarse completamente impactando bruscamente en el agua.
La escena fue tremenda para Clement Gutierrez, Lorenzo Caba y Rubén Sáez de Guinoa, tres jóvenes albañiles que trabajaban en otra obra cercana, del empresario Jesús Anguiano.
Clement, después de ver el descenso entendió que el aviador se podría encontrar en apuros y salió en su auxilio. Llegó al mar por la cala del Solitari desde donde nadó a su encuentro.
Una vez allí le ayudó a desprenderse de las correas del paracaídas y a alcanzar la orilla. Le acompañaría en el rescate otro buen nadador, Antonio Alonso, como lo recuerda su hija Helena. El tremendo topetazo del avión contra el agua se produjo a unos 50 metros de la punta dels Penyals, y el empotramiento contra la arena a unos 20 metros de profundidad provocó su total destrucción. Una infinidad de fragmentos y la munición quedaron dispersos por toda aquella zona.
Dos horas más tarde, la Guardia Civil de Cambrils recogería al aviador y lo trasladaría a la base aérea de Reus. Contaba Clement que aquella misma tarde noche acudieron hasta el ya desaparecido Hotel Miami un numeroso grupo de oficiales con la intención de contactar y recoger testimonios locales de los hechos. «Había más estrellas que en el firmamento» recuerda.
El jueves día 15 un equipo de buzos de la Sociedad de Exploraciones Submarinas de Tarragona formado por Quintero, Virgili, Miquel, Perpiñá, Moratal, Vidal y Prumeda, se dirigieron al punto del suceso para inspeccionar el siniestro. Les acompañaba el patrón Francisco Morell Molet con su barca Francisca del puerto de Cambrils por si había que acometer el arrastre.
Ante el alcance de los desperfectos y la imposibilidad de extraer el reactor, se limitaron a recuperar una rueda, los papeles del avión y a documentarlo fotográficamente. Días más tarde, otra serie de imágenes del espectacular accidente tomadas por un fotógrafo de Niepce fueron expuestas en el escaparate de la tienda de la plaça Prim de Reus.
Clement Gutierrez recibió una carta de agradecimiento del Ejército del Aire y un banderín del Ala de Caza nº 1 de Manises que aún conserva. Siempre ha pensado, afirma, que su licencia definitiva del servicio militar había tenido que ver con su participación en el rescate. Poco después una draga extraería el fuselaje del avión pero un gran número de materiales se había esparcido ya por el fondo marino debido a las corrientes y los temporales.
En 1981, un buzo aficionado, recuperaría dos ametralladoras perdidas que expuso en un chiringuito de la zona. La Guardia Civil, que había sido apercibida por una vecina procedió a confiscar las armas recuperadas del avión.
Un buzo aficionado recuperó del reactor dos ametralladoras y las expuso en un chiringuitoJosé Enrech, ascendido a capitán, regresó a Miami Platja acompañado del teniente Santiago Valderas con el propósito de dar las gracias personalmente a las personas que le habían socorrido, como fue el caso de la familia de Antonio Alonso.
Se presentó después en el Hotel Miami donde había realizado una parada el día del percance. Al ver que los vecinos y dueños no lo reconocían no se le ocurrió otra cosa que tirarse un vaso de agua encima. Entonces todos supieron que era el piloto que había llegado del mar. El oficial murió en enero de 1968, en las laderas de la sierra de Aitana (Alicante) después de estrellarse a los mandos de un avión de entrenamiento norteamericano Texan T-6. Tan solo tenía 36 años.