Así está la estación de Sant Vicenç de Calders a tres días del corte de vías en Tarragona
El enmarañado laberinto, punto de encuentro a partir del martes, se prepara para el posible caos ferroviario con interrogantes, incertidumbre sobre la agilidad del servicio y un inminente lavado de cara
Sant Vicenç de Calders: nuestro destino y, a partir del martes, el de miles de personas. Salimos desde la estación de Reus con una puntualidad inglesa sorprendente. No es casualidad que, al buscar ‘puntualidad’ en Google, ‘puntualidad Renfe’ sea una de las sugerencias.
Con casi la misma precisión que en la salida, el tren llega al que será el punto de encuentro durante el corte de vías. Bajamos.
Tras una ojeada rápida, la estrechez del andén, con una columna en el medio, nos llama la atención. Pensamos en la marabunta que se acumulará allí en pocos días y suspiramos.
Vemos unas señales de ‘prohibido cruzar las vías’. Nunca está de más recordarlo. Miramos las vías y nos fijamos en que la suciedad humana no tiene límites. Botellas de agua, vasos de cartón, latas de cerveza...
No es que haya una cantidad exagerada de papeleras, pero son suficientes como para no lanzar la basura aleatoriamente.
La estación está correctamente señalizada, tanto para salir como para ubicar las diferentes vías. Eso sí, volvemos a dudar de qué pasará cuando allí se acopien tantas personas.
Nos vamos a inspeccionar las inmediaciones, no sin antes comprobar si funcionan los ascensores. Recordamos a ese usuario que, hace un par de semanas, se arrastraba –literalmente– para poder subir por las escaleras porque el elevador de su vía ni subía ni bajaba. De hecho, dos de los tres que hay no iban en ese momento.
Verificamos que el primero y el segundo ya funcionan. No obstante, nos aproximamos al tercero y nos llama la atención una pegatina que está en la puerta: «Instal·lació en reparació. Fora de servei temporalment». Nos da igual, apretamos y, para nuestra grata sorpresa y pese a que la señalización siga ahí, el ascensor baja. Tres de tres. Bien.
Desde el pasillo que conecta los andenes por debajo, subimos hasta la puerta de entrada. Por si acaso, lo hacemos por las escaleras. El interior de la estación está presidido por un plafón informativo que nos anuncia cómo llegar a Barcelona y volver a partir del próximo martes.
Además de la presencia de varias personas de seguridad y limpieza, nos encontramos con personal que también nos indica qué hacer a partir del corte. Bien.
Entramos y hablamos con la persona que lo regenta. Nos manifiesta su preocupación porque «solo hay un baño con un retrete para hombres y otro para mujeres». Mal.
De nuevo, pensamos en las miles de personas que se moverán por allí en pocos días y en aquellas usuarias y usuarios con movilidad reducida.
No obstante, el personal del bar añade rápidamente que se les ha informado de que se instalarán baños portátiles, algo que confirman desde Renfe. Se hará antes del martes, in extremis.
La accesibilidad será uno de los puntos claves para facilitar el movimiento de personas en la estación. En la puerta, hay una rampa para que puedan subir y bajar por ella las personas con algún tipo de problema de movilidad que quieran acceder al interior.
Salimos y observamos que ya se han pintado las líneas donde aparcarán los autobuses que irán y vendrán hasta y desde los diferentes puntos del Camp de Tarragona.
Nos surge una duda: ¿Qué pasa si queremos viajar con nuestras mascotas? Pues, salvo excepciones, podremos montarlas en el tren, pero no en el autobús.
Los conductores de autobús que se encuentran en el exterior nos indican que, efectivamente, está habilitándose el aparcamiento que antes era de coches para que puedan ubicarse allí hasta una quincena de autocares que irán recogiendo y dejando pasajeros.
Nos explican también que, en la calle paralela, la avenida Parlament de Catalunya, los autobuses esperarán hasta que se les indique que pueden acceder a la estación.
De esta forma, habrá dos espacios: donde los autocares aparcarán para cargar y descargar y, por otro lado, donde esperarán para poder entrar a ese lugar de carga y descarga. Nos dirigimos hacia allí.
Nos damos cuenta de que la calle que da a la terminal es estrecha, con aceras ajustadas y poco sitio para aparcar. Y el poco que hay, está lleno.
¿Dónde dejarán el coche todos aquellos vecinos de Roda de Berà o de Torredembarra que opten por ir con su vehículo particular hasta la estación y, desde allí, cojan el tren hacia Barcelona?
Seguimos caminando y, a mitad de calle, nos cruzamos con un pequeño túnel subterráneo. El típico callejón en el que no sabes si agarrar más fuerte la maleta o la cartera.
Es un paso peatonal estrecho para la cantidad de gente que habrá, además de que la iluminación de los focos que funcionan es, por decirlo suavemente, débil.
Descartamos pasar por allí y continuamos hasta el paso más grande, por el que también pueden cruzar los coches y que se sitúa por debajo de las vías.
Salimos a la avenida Parlament de Catalunya y observamos el lugar en el que deberán aparcar los buses, que será ampliado, así como la zona de aparcamiento de coches, a la espera de saber si soportará la cantidad de vehículos privados que rondarán por allí.
Optamos por volver hacia la estación rodeando las inmediaciones por el otro lado. De camino, reparamos en la cantidad de basura que hay en el lateral de la calle.
Bolsas de plástico, garrafas de agua, decenas de latas, petardos, bolsas de basura, McDonald’s... Pensamos que Barbanegra podría haber escondido allí su tesoro y se disimularía entre tanta porquería.
Al oeste de la parada, un par de descampados en los que la gente aparca como puede, sin ningún tipo de orden. Un poco sálvese quien pueda, en una zona en la que dejar el coche tampoco es que inspire una excesiva confianza.
Una preocupación objetiva y que solo el tiempo despejará es saber cómo convivirán los coches de los vecinos con los de aquellos que vengan a dejarlo para coger el tren.
Volvemos a la estación y, en la puerta, nos encontramos con una situación singular: un autobús no puede completar el giro porque hay un vehículo mal aparcado al lado de la parada.
Se pasa cinco minutos de reloj pitando –con descansos de entre treinta y cuarenta segundos– hasta que llega el propietario del coche. Pensamos en cómo de habituales pueden ser estas situaciones a partir del martes.
De nuevo dentro del intercambiador, charlamos con una de las personas que coordinarán los autobuses. Adelanta que el mismo martes a las 05.30 horas ya estará al pie del cañón, y nos emplazamos a reencontrarnos entonces.
«Se irá llamando a los buses conforme los de aquí vayan saliendo; si la logística es ágil, todo irá bien», confirma.
Añade que «la idea es que no se amontonen en esta calle [refiriéndose a la de la estación]» y que «son tantos vehículos y varias empresas que tendrá que haber un rodaje de un par de semanas».
«Durante estos días, habrá que coger la dinámica, ya que en principio no debe haber retrasos, lo que tiene que haber son personas que den la información correcta al momento», sentencia.
No queremos imaginar qué pasaría en el caso de que un autobús esté esperando en la avenida Parlament de Catalunya, el tren de uno de los pasajeros salga inmediatamente y este exija bajarse e irse andando hasta la estación.
Tampoco queremos imaginar qué sucederá cuando llueva, o cómo será la travesía de una persona que tenga que ir con muletas, maletas y, para colmo, mascota y un paraguas. Habrá miles de situaciones, que serán la realidad de cada una de las 15.000 personas que sufrirán el corte.