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¿Cómo influyen las emociones a la hora de tomar decisiones de inversión?

24 febrero 2025 18:20 | Actualizado a 24 febrero 2025 19:43
Se lee en 2 minutos
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Cuando hablamos de inversión, solemos pensar en datos, estrategias y cálculos precisos. Nos imaginamos que los mercados siguen patrones lógicos y que el éxito depende exclusivamente de la capacidad de análisis del propio inversor o del profesional que le ayude. Sin embargo, hay un factor intangible que suele quedar fuera de la ecuación y que, en muchos casos, puede ser un condicionante en el rendimiento de una cartera de inversión: las emociones.

Las personas no somos puramente racionales. Aunque los modelos financieros sugieren que cualquier decisión financiera se toma en base a la rentabilidad esperada y el riesgo asumido, la realidad es que el comportamiento humano introduce otras variables que no son nada sencillas de cuantificar.

El miedo, la euforia, la impaciencia y la aversión a la pérdida de capital en el corto plazo influyen de manera decisiva en la gestión del dinero, provocando decisiones que en muchas ocasiones van en contra de los propios intereses financieros.

De este modo, el comportamiento de los inversores individuales afecta a sus carteras de inversión, pero también puede generar movimientos extremos en los mercados. Como norma general, durante periodos de euforia alcista en las bolsas, los inversores tienden a asumir riesgos excesivos, convencidos de que los precios seguirán subiendo de forma indefinida. Ese optimismo colectivo puede llegar a alimentar burbujas especulativas.

Por el contrario, cuando la incertidumbre por las caídas se apodera de los mercados, el miedo empuja a tomar la decisión de vender en el peor momento, provocando pérdidas que podrían haberse evitado con una visión más racional y pensando en el largo plazo. Existen muchos ejemplos, y recientes, como la caída de los mercados durante el estallido de la crisis del COVID-19, que demostró que esa aversión a la pérdida puede generar ventas masivas justo antes de una recuperación.

También podemos hablar del exceso de confianza, que lleva a los inversores a creer que pueden predecir los movimientos del mercado con más precisión de la que realmente tienen. Este comportamiento suele derivar en una toma de riesgos desproporcionada, al asumir que una buena racha en las inversiones es producto de su habilidad y no de la coyuntura del mercado.

La clave para que todos estos sesgos no afecten a los resultados finales pasa por actuar con objetivos marcados en base a una estrategia y ser pacientes. Los mercados financieros siempre serán volátiles y las crisis seguirán surgiendo de forma recurrente, por eso la diferencia entre el éxito y el fracaso radica en cómo se gestionan las emociones en esas circunstancias.

Por otro lado, un buen profesional juega un papel clave en la gestión emocional de las inversiones. No solo aporta su conocimiento y experiencia, sino que también actúa como un filtro emocional, ayudando a los inversores a no tomar decisiones precipitadas en momentos de volatilidad. Su función es mantener el foco en los objetivos a largo plazo y evitar que todos esos sesgos desvíen la estrategia definida.

Artículo de Andreas Carreras-candi, directora de EFPA España

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