Carlos Alcaraz es el mejor tenista del mundo. No lo dice un cualquiera, no lo dicen los expertos. Lo dice el ránking mundial, el que le coloca en el trono después de ganar su primer Grand Slam, el US Open, en el que derrotó en la final a Casper Ruud, por 6-4, 2-6, 7-6 (1) y 6-3, para lograr el título más importante de su carrera y el que le alza como el mejor del planeta. Alcaraz, que terminó tirado en la pista abierto de brazos y llorando en el cemento, se convierte a sus 19 años en el número uno más joven de la historia, un hito inhumano para un chico que en menos de un año ha pasado de soñar con meterse entre los diez mejores del mundo a ser directamente el mejor.
El jugador de El Palmar demostró que es un bestia competitiva y que ni el cansancio, el desgaste físico ni los nervios de estar en una primera final de Grand Slam le pasaron factura. De hecho, su inicio de encuentro indicó que, mentalmente, estaba muy por encima de Casper Ruud, que ya había estado en este escenario y que ni con esas tenía un solo ápice de ventaja sobre el español. Alcaraz arrancó como si en lugar de 19 años tuviera 36, como si toda su vida la hubiera dedicado a jugar partidos de esta clase y como si no fuera su primera final de un Grand Slam, la cúspide del tenis, sino solo una más. Tras idas y venidas de puntos de ‘break’, Alcaraz rompió el primero y empezó a exhibir un servicio que sería clave en los instantes finales.
El español colocó un 6-4 en una final que no estaba siendo brillante, pero que no tenía que serlo. Alcaraz solo tenía que ganarla, pero se vio tan superior, que el exceso de confianza le costó varios sustos. Se confió demasiado, se vio ganador y empezó a jugar con mucha bravura. Una mala dejada, en una bola muerta para rematarla, permitió a Ruud irse hasta el 4-2 en el segundo set y acelerar hasta el 6-2.
El encuentro estaba en la raqueta de Alcaraz, pero los fallos de este provocaron que el noruego, algo falto de ambición, empezara a verse con posibilidades, a jugar con una derecha que es de las mejores del circuito y a no fallar tanto. El tercer parcial, en el que Alcaraz dilapidó un 2-0 a favor y bola para el 3-0, fue clave.
Ruud, en un duodécimo juego de más de 10 minutos de duración, dispuso de dos pelotas de set. Dos cuchillos que Alcaraz esquivó como él solo sabe. Con valentía, coraje y agresividad. Se fue a la red y las desactivó. No hay mejor ataque que un gran ataque. Aunque muchos pensaron que cometía locuras, este es Alcaraz. Si no las hiciera, no sería Alcaraz y seguramente no sería número uno del mundo.
Saques directos El impulso de adrenalina de verse al borde le levantó de la lona. Alcaraz, que venía de perder los cuatro ‘tie breaks’ que había jugado en el torneo, forzó el quinto ante Ruud y lo selló ganando siete de los ocho puntos. Alcaraz se llevó el desempate por un contundente 7-1. Y el público estalló de júbilo, porque su favorito ganaba, aunque sabían que el final estaba cerca.
Ya no iba a fallar Alcaraz, al que solo le quedaba descubrir cómo es estar a un paso de ganar un grande. Podía haber dudas sobre si se pondría nervioso, si letemblaría el pulso y lo solventó a base de saques directos. Hizo siete en sus últimos tres turnos de servicio. Le dijo a Ruud: «No voy a perder esto». Y ganó su primer Grand Slam. Su figura se fue al cemento, se abrió de brazos, se encogió, lloró y felicitó al noruego Ruud por el partido.
Aún desconcertado por todo lo que se le venía encima, se marchó hacia la grada a abrazarse con su gente. Ahí esperaba su padre, su entrenador, Juan Carlos Ferrero, su fisio, su hermano... «Es difícil hablar ahora mismo, porque tengo muchas emociones encima. He trabajado mucho por esto, junto a mi familia y mi equipo. Solo tengo 19 años y las decisiones las tomo con ellos. He pensado mucho en mi madre, que no está aquí, y en mi abuelo también», dijo Alcaraz a pie de pista. Ya es el número uno más joven de todos los tiempos y el noveno español en ganar un Grand Slam.