La relación que mantuvo con John Lennon la colocó en el escaparate, la convirtió en icono. Yoko Ono (Tokio, 1933), eso sí, jamás contó con la aprobación social, fue una valiente en muchos aspectos, pero también una incomprendida hasta el punto que se la consideró como la gran culpable de la ruptura de los Beatles, una de las bandas más importantes de la historia del rock.
Se consumía el año 1996 cuando ultimaba los detalles de su nueva exposición en la Indica Gallery de Londres. Allí conoció a John Lennon, siete años más joven. Ella ejercía como una destacada artista de vanguardia, ya se había divorciado en una ocasión. En sus obras se incluían todo tipo de instrucciones, como la de «respirar», que buscaban fomentar la reflexión y la expansión de la conciencia. A través de la música, el lenguaje y la filosofía, el mundo de Yoko se situaba entre el arte conceptual y el estado zen. Su obra era sutil y discreta.
Casi dos años después de ese primer encuentro, Lennon y la artista japonesa se transformaron en la pareja más mediática del mundo. Durante una velada grabaron su primer tema juntos (Unfinished Music No. 1: Two Virgins».
La pareja no escapó de las burlas de la prensa por acciones como el Bed-in for peace, que consistió en pasar su luna de miel metidos en la cama de su habitación en el Hilton de Amsterdam atendiendo a los medios para concienciar al mundo de la necesidad de luchar por la paz.
Los tabloides británicos, además, se mofaban del inglés con marcado acento japonés que hablaba Yoko. Ese desprestigio constante tiene su origen en estereotipos degradantes de las mujeres asiáticas, acentuados por el clima político de la época, así como en su condición de feminista con voz propia.

Además había que buscar un culpable de la salida de John Lennon de los Beatles y se la señaló a ella, cuando en varias ocasiones, algunos de los componentes de la formación, admitieron que en la ruptura pesaron más los egos y, sobre todo, la muerte de su representante Brian Epstein.
Yoko se postuló como inspiradora de Lennon para escribir canciones y trabajó de manera activa junto a su pareja en la creación del tema Imagine. De hecho, en 2017, la reconocieron como coautora de este icónico himno pacifista, grabado en 1971.
Después de quedarse viuda en diciembre de 1980, Ono no se quedó de brazos cruzados, continuó su legado creativo. Cultivó su controvertida labor artística y se encargó de mantener vivo el legado de Lennon, con quien tuvo a su hijo Sean, que en 1995 formó una banda, IMA. Sean se llevó a su madre de gira por Estados Unidos y Europa.
Las obras de la japonesa de 92 años, basadas en indagar cuestiones sobre la existencia humana, atravesaron un mar de críticas y nunca hallaron una aceptación general. Fue una artista incomprendida y, en algunos tramos de su carrera, ridiculizada. Con el tiempo, eso sí, Yoko Ono ha visto recompensado ese esfuerzo con varias menciones y premios de prestigio. Incluso, algunos de sus defensores aseguran que se ha erigido como inspiradora para las nuevas generaciones.
Hace poco se ha publicado en Nueva York que su fortuna alcanza los 700 millones de dólares, aunque se ha dedicado a vender distintos activos inmobiliarios. Incluso, su hijo Sean ha adoptado la responsabilidad de ocho empresas vinculadas a su madre y a los Beatles.
En 2017, cuando la Asociación Nacional de Editores de Música le entregó el premio Centennial Song, su hijo Sean la empujó en una silla de ruedas hasta el escenario, en una imagen entrañable para sus seguidores. Yoko Ono reside todavía en el edificio Dakota de Nueva York y contempla una vida agitada y de lucha constante.