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Pinochet, verdugo de destinos

Elisenda Bru, la librera de Bruna, en Altafulla, arranca las presentaciones con un éxito rotundo. ‘Las horas que hemos amado’, de Yolanda Villaluenga, es una historia de amor, sin hablar de amor, del tango que a cada uno nos toca bailar

09 agosto 2024 16:12 | Actualizado a 09 agosto 2024 16:33
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Yolanda Villaluenga no quería escribir una historia de amor. Hasta del amor huía en el título. Sin embargo, el resultado de su novela es un amor, de los difíciles, de esos imposibles, de los que sobreviven –juntos o no– a todas las adversidades, a la distancia, a los hijos, a las parejas, al golpe de Estado de Pinochet. Las horas que hemos amado, que ya va por la segunda edición, publicada por la Editorial Tres Hermanas, llenó esta semana la librería Bruna de Altafulla hasta la puerta, hasta la calle. Tantos lectores congregó que la librera, Elisenda Bru, cuya esencia impregna cada rincón del establecimiento, tuvo que retirar las mesas de libros, de esos que se compran compulsivamente, uno tras otro, para sustituirlas por sillas. En la charla, Villaluenga estuvo acompañada por Cristina Pineda, editora de Tres Hermanas y por el guitarrista y luthier Santiago de Cecilia.

El doctor Zeninski –que no Zelenski– y Helena fueron personas que Villaluenga ha convertido en personajes. «La historia está inspirada en mi exsuegro, que tuvo que marcharse de Chile tras el 11 de septiembre de 1973», relató Villaluenga. Allí lo dejó todo, un país roto, a Helena, con la promesa de reencontrarse algún día porque, como dice la autora, «estamos muy condicionados por la situación político-social en la que vivimos. En cada momento estamos en un presente-pasado y en un presente-futuro».

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Una novela de mujeres

Las horas que hemos amado transcurre en el último día y medio de vida de Zeninski. Y serán tres mujeres, de tres edades y de tres países diferentes, las que decidirán o no viajar a La Habana para despedirse.

Para Villaluenga, como para muchos otros, el golpe de Pinochet fue el primer impacto político-social sentimental de una vida. «En ese momento decidí, sin decidirlo, que me casaría con un chileno», dice. El golpe, la ruptura, el dolor, de un país, de una casa, de unos amantes. Las torturas, las de las mujeres. «Porque él desaparece. Helena lo busca, la detendrán. A ellas no se les pregunta nunca qué les hicieron». Todo el mundo sabe la respuesta tras los labios sellados. «Torturas y violaciones sexuales, horribles», recalca la autora madrileña.

Tras sus palabras, Santiago de Cecilia se arranca por los compases de Vuelvo al Sur. «Zeninski y Helena eran amantes del tango. Se buscaron toda la vida», lo bailaron a su modo. Y casi para acabar, un testimonio inesperado, el de una lectora en la sala: «Soy chilena, estaba allí el día del golpe de Estado. Recuerdo que por la mañana la radio sonaba distinta. Al cabo de poco oímos a Allende. Pedía que permaneciéramos en casa, quería evitar que saliéramos a la calle a morir. Porque el pueblo no estaba armado». 51 años después, piel de gallina.

A pesar de todo, para Zeninski, al final, en el último suspiro, lo que cuenta, únicamente, son las horas que hemos amado. Vayan sumando...

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