El último largometraje de Clint Eastwood resultará familiar, sin duda, dada la cantidad de filmes del género judicial, en los que los giros narrativos hacia el acusado van y vienen según la capacidad y la agilidad del guionista. Cansados ya en muchas ocasiones de la reiteración de argumentos, aquí el libreto de Jonathan Abrams ha sabido añadir una perspectiva fresca al drama judicial.
Partiendo de la base de que con Doce hombres sin piedad (1957), de Sidney Lumet, se rompió el molde, Eastwood ha querido volver -probablemente por última vez en su carrera- a ese principio moral denominado Justicia.
A sus 94 años, el actor y director estadounidense continúa al pie del cañón y presenta este drama psicológico con tintes filosóficos, en los que aborda temas como la verdad, el estilo de vida americano... El suyo es un regreso, tras Cry Macho en 2021, para demostrar que a pesar de su edad aún tiene mucho cine en sus venas, con este drama inteligente, moralmente complejo, repleto de tensión y realmente fascinante. Es, sin duda, una de sus mejores películas en años. Atrás han quedado Sin perdón (1992) en la que denunciaba las consecuencias de la violencia engendrada; Million Dollar Baby (2004), un filme de deportes con una emotiva carga espiritual y tres personajes que llenan la pantalla; y Gran Torino (2008), un minucioso examen de los temas que han fascinado a Eastwood en la mayor parte de sus filmes: familia, guerra, pérdida, fe y una conexión humana inesperada en la que sobresalen aspectos como el racismo, la inmigración y la vejez.
Aquí Justin Kemp es un hombre de familia quien, mientras forma parte de un jurado en un juicio por asesinato de alto perfil, se encuentra luchando con un serio dilema moral... uno que podría utilizar para influir en el veredicto del jurado y potencialmente condenar (o liberar) al asesino acusado. Así, como jurado, se ve obligado a pronunciarse; o elige manipular para condicionar el veredicto o decide directamente revelar la verdad e impedir, sin incriminarse a sí mismo, que el acusado reciba la condena. Aun arriesgándose a perderlo todo, Justin trata de convencer al jurado de la inocencia del acusado evitando que se le pueda asociar con el crimen -porque él sabe realmente lo ocurrido-, pero no será nada fácil, pues todos dan por hecho que el incriminado es el verdadero culpable.
En Jurado nº 2, el cineasta de San Francisco se vuelca en una extraordinaria crítica al sistema judicial de Estados Unidos y cómo el destino de una persona es puesto en juego por un grupo de 12 desconocidos. Quizás, la última gran película de Eastwood.
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