<iframe src="https://www.googletagmanager.com/ns.html?id=GTM-THKVV39" height="0" width="0" style="display:none;visibility:hidden">
Whatsapp Diari de Tarragona

Para seguir toda la actualidad desde Tarragona, únete al Diari
Diari
Comercial
Nota Legal
  • Síguenos en:

Otra Mona es posible

Otras tradiciones gastronómicas del Lunes de Pascua, desde el copioso ‘påskbord’ sueco al ‘casatiello’ salado napolitano pasando por el ‘osterlamm’ alemán

18 abril 2025 21:25 | Actualizado a 19 abril 2025 07:00
Se lee en 3 minutos
Participa:
Para guardar el artículo tienes que navegar logueado/a. Puedes iniciar sesión en este enlace.
0
Comparte en:

Voy a hablarles de mí. Como vivimos una época que parece una competición por ver quién está más traumatizado, voy a exponerles mi trauma original. Ya desde pequeño desarrollé una extraña aversión por lo dulce, que se traducía cada año en una ilusión descafeinada por la Mona de Pascua que mi padrino me suministraba diligentemente, cumpliendo con su obligación tradicional a rajatabla. Olé por él.

Aunque la satisfacción estética de la torta con su figura de chocolate dudoso (eran los ochenta) estaba ahí, no poder comerla y que se convirtiera en pasto azucarado de mi insaciable padre, me hizo un niño resentido: pensaba que me perdía algo importante. Y así era.

Dejemos mis problemas freudianos de pacotilla. Centrémonos en la Mona. Efectivamente, ingerir el Lunes de Pascua un símbolo de la renovación primaveral y de la transubstanciación, es crucial, ya sea desde la óptica pagana o cristiana. Nuestro símbolo preferido ha sido el huevo. Se trata de un rito de paso de estación, y su origen se pierde en los orígenes de las religiones indoeuropeas: los antiguos persas zoroástricos ya pintaban huevos rituales en esta época del año.

Lo que no sabía de niño y he ido descubriendo de mayor, es que el formato Mona solo es una de las opciones. Los catalanes tenemos una obsesión por edulcorar y pastelear todo, pero hay otros límites. Otra Pascua es posible, incluso dentro de la propia tradición. El Diccionari català-valencià-balear, el Alcover-Moll, recoge la expresión menjar la Pasqua, referida al acto de comerse el cordero pascual, símbolo de Cristo muerto y resucitado.

Es decir, desde un punto de vista ritual, el huevo y el cordero que se comen al defora los Lunes de Pascua, son símbolos redundantes y con uno de los dos ya cumplimos con la tradición. En puridad, la tarta que sostiene el huevo solo es un pedestal, un accesorio que toma en nuestro entorno inmediato formas diversas. Esta flexibilidad hace de la Pascua una fiesta inclusiva, extendida más que la Navidad incluso, porque, por ejemplo, en el mundo árabe hay tradiciones asimilables a la Pascua cristiana, que a su vez es una adopción de la Pascua judía.

La opción sueca

Para contrarrestar mi trauma pascual, me hubiera gustado que en la escuela me hablaran de la Pascua sueca. Aun antes de existir IKEA, los suecos salían al campo y montaban un påskbord, un bufé pascual que incluye cosas de vikingos como el salmón ahumado, las albóndigas y, está claro, nuestros huevos pascuales, pintados y/o rellenos. Además de las sju sorters sill, siete tipos de arenque que se toman con siete sorbos de snaps o aguardiente. Luego también asan un cordero, los muy bestias.

Quizás los chupitos de aguardiente no sean lo mejor para un niño, aunque no le gusten los pasteles y el chocolate, así que vayamos a una cultura más próxima como la napolitana. Allí, el huevo simbólico se mete en un casatiello, una mona salada que, si la hubiera descubierto hace cuarenta años, me habría convertido en un adulto feliz y funcional. El casatiello es una masa de pan horneada con manteca, chicharrones y queso, a la que se añade salami u otros embutidos, amén de los dichosos huevos duros. Puede sonar extraño, pero no hay que olvidar que en el País Valenciano se suele —o se solía— salir a comer el pa de mona con longanizas pascuales.

En Nápoles también encontramos una tarta pascual dulce, la pastiera, que se rellena con queso ricota. Un bizcocho que conecta con la mona tradicional de las Terres de l’Ebre, de masa tipo brioche, con requesón y los huevos encima. No siempre duros. En las monas valencianas y de la diócesis de Tortosa a veces el huevo era crudo y había que romperlo ritualmente al grito de: ací em pica, ací em cou, el dia de Pasqua trenco l’ou.

Aunque débil, hay una corriente de recuperación de esta mona tradicional, tan alejada del modelo barcelonés que se ha popularizado el último siglo, consistente en una base de pastel Massini y una figura de chocolate. Es el formato que se ha impuesto, cada vez más recargado y delirante, donde el huevo ya solo es un recuerdo lejano.

Es muy difícil competir contra estas barroquísimas y supersexis monas y sus perros de chocolate de la Patrulla Canina. Ya se sabe, como dijo Unamuno, que a los catalanes nos pierde la estética y la herramienta que tenemos para transmitir nuestro gusto pervertido a los niños es la Mona de Pasqua. Así, cada cierto tiempo, alguien asemeja la Sagrada Familia de Gaudí con, justo, una mona de pascua.

Las monas italianas

Pero mientras se libra la batalla entre el seny i la rauxa de nuestras propias tradiciones, avanzan imparables dos nuevas monas desde Europa.

La primera viene del norte de Italia. Como ya ha sucedido con los panettones y pandoros, ya empieza a ser habitual encontrar en las pastelerías colombas pascuales. En esencia, es un pan dulce de doble o triple fermentación, como el panettone, donde las pasas toman el lugar de la fruta confitada y las almendras. Aquí no hay huevos, sino que toma la forma de paloma, un símbolo del Espíritu Santo. Un poco como el dilema del huevo y la gallina.

Variante alemana

También se extiende en el sur de Europa la mona alemana. En algunos escaparates ya se detectan los Osterlamm, unos bizcochos de mantequilla en forma de cordero pascual. No hay que tener muchas luces para entender que estamos ante un mismo concepto de celebración, aunque los germánicos hayan separado los símbolos del huevo —que pintan y esconden en el bosque, otra moda que ha llegado aquí— y del cordero.

Ojalá de niño alguien me hubiera explicado que la particularidad de nuestra Pascua no es el pastel ni el huevo, sino el mismo acto de donación de la Mona. El padrino —generalmente el abuelo, no siempre—, aceptando su obligación anual con su ahijado, se erige en garante de la transmisión de la tradición y del contrato familiar. Visto así, qué más da que te comas un huevo o un kebab, digo yo, mientras lo hagas con la reverencia y la conciencia que exige el rito. Pasen una buena Pascua y coman lo que les dé la gana.

Comentarios
Multimedia Diari