¿Qué relación guarda el trabajo de autoficción con su propia vida?
No lo sé. Es una etiqueta de la que deben responder los críticos que la crearon. A mí no me sirve para nada, ni como lector, ni como escritor
¿Cómo afecta la labor de traducción de otros autores o autoras a su propia obra?
Todo ayuda a mejorar el oficio. Traducir es la forma más elaborada y sofisticada de lectura. Es como actuar de forense de un cuerpo vivo. Ayuda a conocer las cadencias, el ritmo, los recursos de otro escritor y, por lo tanto, a mejorar tu variedad de recursos cuando luego te pones escribir
En relación al estilo, ¿le parece a usted una cuestión de base o algo con lo que uno se va encontrando al paso?
Con los años he acabado por sospechar que el estilo es, en realidad, el argumento. Lo que distingue de verdad a un escritor de otro es su estilo, entendiendo por estilo una mirada sobre el mundo y sobre la manera de contarlo.
La “liturgia del bla, bla, bla” a la que usted refiere, ¿cree que la falta de sustancia domina nuestras conversaciones hoy?
Desconozco cómo eran las conversaciones de antes. Lo que sí observo es que, a causa de la tecnología, las conversaciones tienen una dimensión pública mucho mayor y que tenemos acceso a verborreas y expresiones de bocazas y charlatanes que antes se quedaban en un ámbito felizmente privado o reducido.
¿A qué dificultades se enfrenta usted al tratar la intimidad en el relato?
A ninguna. Se puede escribir sobre todo y se supone que si acabas mostrando alguna zona íntima de ti mismo es porque te apetece hacerlo. Y, a través de este recurso, conectar con la intimidad de un posible lector.
El retrato que usted hace en una de las composiciones de Vázquez Montalbán es estupendo. Sobre esto, ¿cuál cree usted que es la vigencia hoy día de Montalbán?
La vigencia de Montalbán es absoluta. Es más: en algunos casos ha crecido, porque muchas de sus intuiciones han resultado ser diagnósticos visionarios. En cuanto al retrato, he tenido la ventaja de dejar pasar el tiempo y poder escribir un cuento tras más de veinte años de reflexión y evocación.
Dice usted: “La intimidación es una forma de educación”. Páginas más adelante, matiza: “la manipulación también es una forma de educación”. ¿Cómo podemos desembarazar la educación de las distintas formas de violencia? ¿Es educación sentimental a la que usted se refiere?
No, no. Me refiero a que, contra los mandamientos que tanto han perjudicado los niveles de enseñanza, conviene recordar que fuimos educados en una infancia en la que la autoridad la marcaban los padres y no precisamente con métodos intachables. Y que la manipulación y la intimidación, tal como las describo, fueron un bendito recurso que mi madre pudo utilizar para educarme con la misma eficacia con la que yo, cuando mis hijos eran pequeñas, lo utilicé con ellos.
De madre escritora, ¿hijo escritor?
Privilegio hereditario.
El humor en literatura parece estar siempre denostado. Sin embargo, cuando uno ríe, y es capaz de hacer reír al otro, el mensaje del texto se actualiza y no pierde vigencia. ¿Cree, en este sentido, que el humor puede hacer que un texto se salve de perderse en la memoria?
Es la extensión de un recurso vital. No concibo la vida sin todos los destilados de la ironía y resulta inevitable que eso se note en los cuentos o los artículos que escribo.
En un momento, se lee lo que sigue: “El narrador percibe que los exiliados comparten el tipo de amistad que antepone el origen a las afinidades. Los escucha buscando resonancias del presente, sintiéndose vampiro de las vidas de los demás, que se explican con una generosidad terapéutica”. ¿Considera que en España se produce en ellos cierta romantización o victimización de su relato? ¿O incluso apropiación?
Lo que cuento en este texto es la melancolía espontánea que se producen cuando dos, tres o cuatro españoles se juntan a tomar una cerveza fuera de su país. Fue una impresión que llevaba mucho tiempo sin detectar y que me retrotrajo a mis tiempos de exiliado alevín, totalmente inconsciente de los protocolos y servidumbres de esta condición.
A propósito del relato titulado: “Te quiero”, de forma reciente se está explorando esta dimensión idealizadora de las relaciones de pareja, pero usted la desbarata con un solo movimiento.
También es una historia de amor. Lo que ocurre es que las historias de amor suelen acabar, bien o mal. Esta acaba bien en el sentido que el mismo azar que produjo el milagro del amor a primera vista produce, cuarenta años más tarde, una especie de desamor a última vista.
En otro momento, se lee: “Hay momentos en la vida en los que todo adquiere un sentido que no te será revelado hasta muchos años más tarde”. ¿Cuál es la sensación que, como escritor, le produce volver sobre los relatos que escribió en el pasado?
La verdad es que procuro no volver a los relatos que escribí en el pasado. Mientras tenga curiosidad por lo que me queda por escribir, procuraré no mirar atrás, Si, por las razones que sean, me quedo sin ideas, siempre puedo disfrutar del lento y endogámico regodeo retrospectivo.