Laura Chivite (Pamplona, 1995) obtuvo el Premio Ojo Crítico en 2022 con el volumen de relatos Gente que ríe (Caballo de Troya) y ha publicado una novela, El ataque de las cabras, que podría parecer otra novela de formación si no fuera por todas las audacias narrativas que despliega: desde fábulas caprinas que sirven para explicar a un personaje a tramas paranormales y de fantasía para contar lo que sucede sin decirlo.
El ataque de las cabras es una novela de formación y tiene también una parte de novela familiar, ¿qué papel desempeña el asunto de las cabras?
En un principio, la idea de la cabra Juana y el resto de cabras que la rodean fue un mero ejercicio lúdico que se me ocurrió un día mientras paseaba o nadaba (alguna de las dos, no recuerdo cuál) y decidí estirarlo, porque me divertía mucho imaginarme una cabra parlante que se hace cineasta. Después me di cuenta de que, inconscientemente, había creado un cierto paralelismo entre Juana y la narradora. Y, también, puesto que el personaje de Tía Lidia solo se conoce a través de los ojos de la narradora, quise darle voz en los tres episodios de la vida de Juana la cabra, para ver realmente en qué consistía exactamente esa imaginación de Tía Lidia a la que alude la narradora.
¿Cómo manejaste todas las capas de la novela?
Cuando construyo historias, no puedo evitar meter muchísimas cosas, hasta el punto de que a veces puede parecer que lo ha escrito un ratón con el que han experimentado metiéndole todo tipo de sustancias estimulantes. Pero es la única manera en la que sé hacer las cosas, así que en esta novela me hice una escaleta, como se hace en guion cinematográfico, para ordenar todas las capas. Y, en realidad, aunque en la lectura no se aprecie tanto, hay mucho orden interno en los capítulos. Es casi una fórmula matemática, ya te la contaré.
Hay algunos paralelismos o ecos entre tía y sobrina que la novela sugiere. ¿Por qué querías explorar la relación tía-sobrina?
Me interesaba mucho explorar ese primer desencanto que suele ocurrir en la adolescencia o en la primera juventud y que nace de haber idealizado mucho a alguien, haberla tenido como referente, y después haberte decepcionado. Y quise hacerlo entre una tía y una sobrina porque me parece un vínculo que no he visto mucho en ficción y que, además, me daba pie para hablar de lo queer. En el imaginario colectivo tenemos la figura de la tía o el tío soltero que vive con su amiga o amigo, y esos personajes siempre han estado en los márgenes, entonces quería traerlos al centro para ver qué ocurre ahí, quién es exactamente esa “tía rara soltera que vivía con su amiga”, y de qué modo puede influirle a una “adolescente rara que vivirá con su amiga”.
La novela no sigue el orden cronológico de los acontecimientos, ¿por qué elegiste contarlo así?
No sé hacerlo de otro modo. De hecho, me propuse seguir un orden lineal, pero se me hace completamente imposible. Solo sé hacer las cosas a modo de puzle. Quizás en un futuro logre hacerlo de otra manera, pero por ahora solo me sale de ese modo saltarín. Pero bueno, la memoria funciona así, ¿no? A brincos.
También rompes el molde incluyendo episodios paranormales y vampiros, ¿querías proteger la novela de las etiquetas?
Pienso que los elementos paranormales y el capítulo del vampiro funcionan bastante a modo de metáfora, y los hice así para no tener que llamar a las cosas por su nombre. Hay ciertas palabras o conceptos que están ya tan manidos, tan connotados, que han terminado por no significar nada. Por eso pensé que, tal vez, si los cambiaba o me aproximaba a ellos desde el plano de la fantasía, lograría explicarlos mejor, asirlos más.
La protagonista tiene una epifanía en un baño público tras dos ciclos de autolavado, ¡qué lugar para tener una revelación existencial!
¡Dónde si no! Ese capítulo es mi favorito, el de la epifanía con olor a mierda, papel y jazmín (o algo así creo que escribí). Ahí es donde la narradora siente lo mismo que expresan las citas de Pessoa y Akerman que abren la novela: las clarividencias siempre te llegan en momentos y lugares inesperados. Y desde esa hipérbole desde la que muchas veces escribo las historias, qué hay más inesperado que uno de esos baños públicos asquerosos.