Despunta la primavera de 1941 cuando el joven maestro Funbel-Baldinc, recién llegado a una aldea del noroeste de Yugoeslavia, en la actual Eslovenia, lleva a sus estudiantes hasta la cueva de piedra caliza de Postojna. Allí, frente a las impresionantes formaciones kársticas labradas en la roca por el río Pivka, frente a una enorme estalagmita abierta en forma de flor, Krilo ironiza sobre la metáfora de las flores de piedra empleada por el maestro, que hace una firme defensa de la imaginación: “¡Es nuestra vista la que nos hace percibirlo como si fuera una flor de piedra! Los humanos pueden viajar tanto al pasado como al futuro. Tienen memoria, recuerdos, ideales, anhelos. Porque los humanos somos las únicas criaturas que tienen la capacidad de imaginar”.
Con una vigorosa capacidad para imaginar la entrada de la turbulencia del nazismo en la tranquila vida campesina yugoslava, Hisashi Sakaguchi, ayudante de Osamu Tezuka y animador en series como Astro Boy, Kimba, el emperador de la selva y Chopy y la princesa, creó con Flores de Piedra una de las obras cumbre de la narrativa histórica en el manga. A la vez fresco histórico y novela de formación, Flores de Piedra aprende la lección de Hugo Pratt a la hora de retratar una época en La balada del mar salado y la plasticidad con la que Tezuka fue capaz de afrontar cualquier tipo de relato desplazando, con pasión y a la vez con desapego, la atención hacia todos y cada uno de los caracteres.
Como para Shakespeare y Tezuka, para Sakaguchi lo importante es estar con todos y cada uno de los personajes –incluso, con cautela, con los nazis—, si bien el protagonista es Krilo, imbuido de la visión política de su hermano mayor Ivan, estudiante universitario en Zagreb. A la pausa tensa y dramática que da a Yugoslavia la firma del Tratado Tripartito con Hitler, le sucede el golpe de estado y la invasión nazi. El modo en el que la historia se infiltra y quiebra la serenidad del paisaje esloveno no difiere del horror que estalla en Pies descalzos, de Keiji Nakazawa, pero, como sucede en algunas de las películas de Miyazaki, es la plasticidad de la animación la que amplía el rango de empatía con los personajes y los contrapuntos en medio de escenas cuyo horror resultaría insoportable de haber sido filmadas.
La publicación simultánea de esta obra y de Akira, de Katsuhiro Otomo, en los años ochenta, explica quizá la permeabilidad de recursos, desde el uso de las verticales hasta imágenes tan impactantes como la del prisionero acribillado por las ametralladoras nazis mientras se lanza de manera deliberada hacia las rejas del campo de concentración. Que este clásico aparezca por vez primera en castellano de la mano de Planeta Cómic y con la espléndida traducción de Carlos Mingo e Irene Tellería no sólo es una noticia extraordinaria, sino el umbral hacia una visión de la historia, hacia una nueva cristalización sobre las estalagmitas del pasado: la recreación de un recuerdo que relampaguea en el instante de un peligro, el de 1941 y el de una Europa contemporánea que camina de manera peligrosa hacia el auge de los populismos, la extrema derecha y la dictadura de un sinfín de consensos en apariencia incuestionables que conviene volver a imaginar.
Título: Flores de Piedra 1
Autor: Hisashi Sakaguchi
Editorial: Planeta Cómic
307 páginas, 17,5€.