“El año del Búfalo” podría resumirse como un enfrentamiento entre las voces de personajes que pueblan las páginas de la novela y las voces de otros personajes que habitan en el pie de página. Estos últimos tratan de rebelarse y mediante un golpe de estado literario, buscan abandonar la marginalidad y hacerse con el protagonismo del cuerpo de página. Pocas veces se ha expresado de forma tan elocuente la lucha por el poder que se repite de forma cíclica en cualquier rincón del mundo. Aquí es donde es realmente fascinante el planteamiento (casi locura) de la novela: la lucha entre las páginas y los pies de página traduce en buena medida el contenido del libro que a través de unas llamadas “psicofonías”, relata una parte importante de la historia del siglo XX y, especialmente, de los mal llamados países del tercer mundo.
Las vidas y muertes (generalmente violentas) de golpistas, guerrilleros o dictadores, en Burundi, Angola, Camboya, Vietnam, Etiopía, Rumanía, Burkina Faso... entre muchísimos otros países emergen en el libro como si fueran voces del pasado que nos recuerdan cuál es el destino de aquellos que ambicionaban el poder, abandonando por un tiempo el pie de página. Fragmentos de un atlas histórico del pasado que se revelan absolutamente presentes.
Sin embargo, el torrente imaginativo de Javier Pérez Andújar no acaba aquí, todo lo contrario. Este aspecto es solo un punto de fuga en “El año del Búfalo” que también nos relata la vida de Folke Ingo, un escritor finlandés, maestro de la anfibología (la ambigüedad gramatical), que escribe en sueco y que está enamorado de España.
El libro que tenemos en las manos parece ser, pues, su obra póstuma. Y las andanzas de los cuatro personajes protagonistas de la novela, artistas de una generación sin suerte que viven confinados en un garaje, son la creación de este excéntrico escritor. Pérez Andújar añade pues otra capa en su demencial planteamiento literario que, por un lado, apela directamente de forma alegórica e irónica a nuestro pasado reciente de confinamiento pandémico forzoso y, por otro lado, se erige como una buena crónica de la historia de España vista, a priori, a través de los ojos de un extranjero.
Los protagonistas, como si fueran náufragos del tiempo, parecen vivir ajenos a lo que ocurre en el mundo exterior, aunque la locura de los tiempos también les alcanzará.
El (bendito) caos creativo de Pérez Andújar llega a cotas magistrales cuando son la traductora de Folke Ingo, la madre del escritor, el Ministerio de Humanidades o la exdirectora del cineclub Padrino Búfalo de Santa Coloma, entre otros, los que tratan de adueñarse del relato y contar su visión sobre la vida de éste.
Todo el mundo quiere tomar la palabra en este bello desbarajuste. En un momento de la novela, se apunta sobre Folke Ingo que “no ha habido escritor más autorreferencial, capaz de convertir la nada en argumento, en género”. Quizás esta es la mejor forma de definir “El año del Bufálo”, una novela sobre la nada. La nada en la que vivimos.