Tomàs Alcoverro, el decano de los corresponsales de la prensa española, ha estado en Altafulla para participar en las tertulias del Forn del Senyor con los colaboradores del Diari de Tarragona. Con orígenes tarraconenses (su padre era de Gandesa) gusta siempre de regresar a Catalunya, aunque también tiene residencia en Beirut, donde ha ejercido de corresponsal de La Vanguardia durante cincuenta años. A sus 82 años ha vivido acontecimientos históricos y ha entrevistado a personajes como Yasser Arafat, Hussein de Jordania y Bashar al-Ássad, el presidente de Siria. Pese a todo, huye de dogmatismos periodísticos: «Quien diga que entiende lo que pasa en Oriente Medio es que no se lo han explicado bien», afirma.
Después de cincuenta años en Oriente Medio, usted ya es más un corresponsal de Beirut en Barcelona que de Barcelona en Beirut.
Yo soy de aquí y me siento muy reconocido por mi gente. Esto del cosmopolitismo no lo veo tan claro. Nunca he olvidado cuáles son mis raíces.
Ciudad más cosmopolita que Beirut, no hay otra en el mundo.
Cosmopolita no es el término que más define ahora a Beirut. No hay luz, no hay agua suficiente, no se cubren las necesidades básicas. La gente que tiene dinero se paga un generador eléctrico.
Podía quedarse de corresponsal en París o aceptar El Cairo y, en cambio, eligió pasar penurias en Beirut.
En El Cairo hay demasiada gente. Hay más de veinte millones de habitantes. Siempre recordaré que durante el entierro del presidente Nasser hubo una gran cantidad de muertos a causa de la caída de balcones abarrotados de gente. Beirut es una ciudad relativamente pequeña que sigue adelante.
También es una ciudad peligrosa. Usted ha vivido el secuestro del vecino del piso de arriba y del vecino del piso de abajo.
A mí no me tocaba. Uno tiene que saber dónde va. El hecho de ser español me protegía porque España nunca se metió en el avispero de Oriente Medio. Cuando España reconoció el Estado de Israel hubo una pequeña convulsión y se temió que hubiera alguna repercusión, pero no pasó nada. España siguió siendo un país amigo del mundo árabe.
Pese a la guerra, la vida en las ciudades continúa.
Es así. La normalidad depende del nivel social de la gente. Es muy difícil explicar qué es una guerra porque no afecta a todos por igual. Con todo no creo que las guerras se acaben. Son una interminable pulsión humana.
¿La situación de peligro más horrible fue la explosión en el puerto de Beirut?
Sin duda. Tembló todo el edificio. Y nunca se sabrá quién fue el responsable de esta tragedia. Lo digo basándome en hechos como el asesinato de jefes de Estado que siempre han quedado impunes. Lo escribí en el libro El Líbano o la impunidad.
Sin embargo, usted también asegura que Beirut es una ciudad con mucha seguridad ciudadana.
Es verdad. Pese a todas las carencias, en Beirut no hay asaltos a bancos, no hay okupas, no roban a la gente por la calle, no hay saqueos de las tiendas... Es extraño, ¿no?
¿A qué se debe?
A que es una sociedad muy conservadora. La propiedad privada se respeta muchísimo. Más que aquí. La gente mayor es más respetada que aquí. Cuidado con considerar que son una sociedad atrasada.
Ha entrevistado a muchos personajes históricos como Yasser Arafat o a Hussein de Jordania. ¿Hay alguno que le haya impactado de manera especial?
Sí, Bashar al-Ássad, el presidente de Siria. Me concedieron la entrevista pero con una serie de condiciones: «No podrá grabar, no podrá tomar fotografías, no podrá llevar bolígrafo, ni tampoco bloc de notas, ni teléfono. Tendrá que estar de pie durante la entrevista, que tendrá una duración de veinte minutos». Pero al final añadieron: «No se preocupe, que el servicio de información de la presidencia de la República de Siria le hará llegar toda entrevista y todas la fotografías a su correo electrónico».
Aquí había algún político que también se hacía él mismo las entrevistas.
Una cosa he de decir con toda claridad. Los políticos árabes nos conocen mejor a nosotros que nosotros a ellos.
¿Recibió la entrevista?
Sí. Y con una pregunta que me costó mucho hacer. Le dije a Bashar al-Ássad: «Señor presidente, ¿podríamos decir que la política en Oriente Medio es ‘o tú me matas o yo te mato’?». Y me contestó escuetamente: «Sí».
¿Se ha arrepentido alguna vez de no quedarse con el brazo de la estatua derrocada de Saddam Hussein?
Fue una situación increíble. Habían derribado la estatua y en pocos momentos me quedé solo en la plaza con mi taxi al lado. En el suelo quedaban trozos de la efigie y un brazo que era hueco. Por un momento tuve el sueño de llevarme un trozo de la estatua a mi casa de la calle Balmes como recuerdo.
No solo ha tenido una relación directa con líderes árabes. También ha sido testigo de momentos históricos de Catalunya. Usted iba en la avioneta en la que Tarradellas volvió del exilio.
Sí, volamos desde Tours a Madrid. Tarradellas llevaba consigo el corazón del president Macià.
¿Recuerda alguna anécdota especial durante el vuelo?
Con su figura de senador romano, Tarradellas me dijo: «Alcoverro, de esta quema nos hemos salvado yo y Carrillo».
Después volaron de Madrid a Barcelona donde lanzó el famoso «Ja sóc aquí».
De lo que se habló muy poco es de que el avión partió de Madrid con una hora de retraso porque circuló la alarma de que podía haber un atentado. Finalmente, no pasó nada y cuando todo el mundo ya estaba embarcado, Tarradellas preguntó con sorna a los políticos: «Que heu tingut por?».