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«Las yaves de cashon de mi casa de Espanha»

26 enero 2025 19:43 | Actualizado a 27 enero 2025 07:00
Se lee en 2 minutos
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«¿Dónde están las yaves de mi casa de Es-panha?» Era un 26 de enero de hace ahora veinte años. En el campo de Auswitchz-Birkenau nevaba sin parar. En el estrado se sentaban los monarcas europeos, vicepresidente americano, Dick Cheyney. Estábamos en plena guerra de Irak y Cheyney y sus halcones eran los personajes más odiados. Pensar en ello me hace sonreír ahora. ¿Lo que daríamos porque volviera George W. Bush? Teniendo en cuenta lo que sabemos veinte años más tarde, cualquier tiempo pasado fue mejor, que ya lo dijo Jorge Manrique hace quinientos años en sus Coplas. La representación española era más bien escasa, un secretario de estado que se sentaba en la tercera fila. Claro. La historia oficial dice que el «campo de exterminio español (catalán) por excelencia fue Matthausen». Cierto, pero no del todo. En Auschwitz-Birkenau murieron casi la totalidad de los judíos sefardíes de Salónica. Salónica (Grecia) era la ciudad más importante del mundo hebreo durante siglos gracias a la acogida de los judíos que fueron expulsados de la España de los Reyes Católicos en 1492. El sultán Suleyman de la Sublime Puerta de Estambul, no puso trabas a la llegada de miles de españoles que tras más de mil años habitando la península ibérica tuvieron que abandonarlo todo. Todo, menos las llaves de sus casas. Esas se las llevaron con ellos, pensando un día regresar a Sefarad. Ese 26 de enero del 2005 hacía un frío de mil demonios, los raíles del ferrocarril que llevaban hasta la famosa estación donde las SS elegían a los que iban directos a los hornos crematorios (niños, ancianos, mujeres) de los que iban a morir lentamente en los campos de trabajo por inanición, tifus, y congelación, estaban alumbrados por antorchas. En los parlamentos Simone Veil, Elias Wisel, antiguos detenidos, todos con su número tatuado en el brazo. Y de repente el silencio. De repente una música. De repente unas palabras extrañas pero no demasiado. Una canción. «¿Dónde están las yaves de mi casa de Espanha?». Y los pocos que pudimos comprender nos saltaron las lágrimas. Luego supimos, luego atamos cabos. Primo Levi en su Si esto es un hombre ya hablaba de ellos, los llamaba «los magníficos griegos». Eran los 45.000 judíos sefardies de Salónica, Sarajevo, Budapest (como Elias Canetti futuro premio Nobel), Atenas, Roma. Los miles de judíos españoles que murieron en los hornos crematorios como despojo de la humanidad en un asesinato milimetrado, en un intento de exterminio en un genocidio planificado científicamente. Eso fue la Shoa, el holocausto. Miles de personas que habían conservado su lengua materna como un tesoro, que hablaban de Tortosa, de Tarragona, de Toledo, de Córdoba, como si hubiese sido ayer que un decreto real los había arrancado de su patria. Ellos no lo olvidaron nunca y mientras iban camino de la muerte, las viejas historias de esa arcadia que era para ellos Sefarad, les sonaban dentro, esas músicas que relataban los jardines y las piedras del único lugar en la tierra a la que pertenecían. De los 45.000 deportados de Salónica, regresaron apenas 1000. Tuve la suerte de conocer a algunos de ellos, de ser invitada a sus Shabat, de comer «huevos enjaminados» (unos huevos cocidos) de cantar con ellos unas canciones en esa lengua que ha sobrevivido 500 años. La suerte de poder recordar.

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